Ética del Antiguo Testamento. Nociones positivas de ética, moral y conducta humana personal y social

Normalmente cuando nos planteamos temas tan profundos como la ética o la conducta moral del ser humano solemos acudir a las fuentes para intentar encontrar raíces firmes que nos permitan mantener una postura a su vez firme. Históricamente, las sociedades occidentales se han nutrido en buena medida de los principios de la ética judeo-cristiana para formular sus fundamentos éticos: qué es lo que está bien y qué es aquello que no lo está. Antes que todo, debemos reconocer que no podemos decir que algo es bueno o malo por una cuestión de preferencias; aquí no se trata de decidir qué consideramos atractivo o deseable y qué atroz. Cuando decimos que algo está mal, estamos diciendo que algo debería ser de una determinada manera, pero no lo es; significa que las cosas no funcionan según el orden previsto ni cumplen con el propósito que se les había asignado. La ética judeo-cristiana a la que hago referencia y en este caso más concretamente la que podemos hallar en el Antiguo Testamento tiene mucho de valor para nuestra sociedad hoy día a pesar de las arremetidas que sufre el texto bíblico, y me propongo encontrar en el mismo estas nociones positivas de ética, moral y conducta humana personal y social.

No puedo negar que resulta difícil hallar algo bueno en pasajes que narran auténticas masacres étnicas, discriminación social, machismo y otras aberraciones que hoy nadie dudaría en llevar ante un juez a quien siquiera las planteara. Creo firmemente que el Antiguo Testamento, en particular, y la Biblia en su totalidad en general, no toma a la ligera ni minimiza el poder maligno que tiene el ser humano. Ya en el Nuevo Testamento, el evangelista Juan hace referencia en palabras de Jesús a la paternidad diabólica de los seres humanos[1]. Pero la cuestión va más allá cuando estas manifestaciones del mal se hacen bajo el nombre del Dios del Antiguo Testamento afirmando que ha sido por su deseo y mandato. Ya no decimos que el hombre tiene capacidad para hacer el mal, sino que Dios mismo, del que se presupone bondad absoluta, promueve una conducta violenta y en ocasiones aberrante. Así de primeras se estarían contraviniendo cualidades intrínsecas de Dios y situándole como impotente por no solucionar la maldad humada además de maligno por ser el causante de dicha maldad.

Para intentar traer algo de luz a todo esto necesitamos conocer qué dice la Biblia en términos generales acerca de la relación de Dios con el mal. Para el autor del Génesis[2], Dios solo puede hacer lo justo, siempre hará lo que es correcto. En otras palabras, Dios nunca hace el mal. Sin embargo, y esto puede resultar tan curioso como impactante, ello no excluye que Dios cree, envíe, permita o incluso mueva a otros a hacer el mal, ya que para todo el texto bíblico es evidente que nada surge, existe ni perdura independientemente de la voluntad de Dios. Entonces, ¿qué clase de Dios es este que permite el mal? Y, ¿cómo puede traer esto algo bueno a nuestra ética? Para mí como para el resto de cristianos creyentes, el Antiguo Testamento encierra numerosos misterios y pasajes difíciles de afrontar desde una perspectiva literal. Miramos casi de reojo pasajes sangrientos de genocidios o de una supremacía injustificada del hombre sobre la mujer, mientras caminamos en busca de un modelo de vida parecido al que predicó Jesús y nos resulta tan inverosímil como desconcertante. No pocos han sido los que han considerado al Dios del Antiguo Testamento otro distinto al que podemos encontrar en el Nuevo Testamento. El teólogo y escritor griego Marción proponía una diferenciación entre el Jehová del Antiguo Testamento, al que consideraba un dios racista y asesino, y el Dios Supremo del Nuevo Testamento, el Dios y Padre de Jesús[3]. No le culpo. Al igual que Marción podría distinguir distintos caracteres entre el Dios que se muestra en el Antiguo Testamento y el que reflejan Jesús y los apóstoles en el Nuevo Testamento. Pero creo que estaríamos siendo algo superficiales si nos quedasemos solo en las apariencias. La iglesia cristiana superó este hecho y avanzó en su pensamiento en el que el Dios y Padre de Jesucristo no es otro que Jehová, el Dios hebreo, creador del universo[4].

La pregunta entonces sería si es posible encontrar en las narraciones del Antiguo Testamento algo de valor ético viendo que ciertos pasajes citan elementos totalmente opuestos a lo que consideraríamos morales o correctos. Históricamente, el pueblo hebreo ha tenido en el Antiguo Testamento su instrucción, no solamente religiosa, también social, cultural y por supuesto moral. En él encontraban los fundamentos de su historia, los valores, las actitudes y la sabiduría que el pueblo judío creía haber recibido directamente de Dios. Las narraciones del Antiguo Testamento explicarían de algún modo el devenir del pueblo, su porqué. Por tanto, el texto bíblico del Antiguo Testamento estaría compilado y recogido por alguna razón, con un propósito. Ya dije en el primer párrafo que cuando decimos que algo está mal significa que no funciona según el orden previsto ni cumple con el propósito que se le había asignado. El propósito del Antiguo Testamento era el de educar al pueblo judío, y educarlo en unos valores éticos concretos sobre justicia y perdón[5]. Podemos ver algún ejemplo concreto como la cita de Levítico 25, en los versículos 44 al 46.

                44 El esclavo o la esclava que puedas tener, deberán pertenecer a las naciones que están a vuestro alrededor; de esas naciones sí podréis comprar esclavos y esclavas. 45 También podréis comprar como esclavos a los hijos y familiares de los extranjeros que han nacido en vuestra tierra y viven entre vosotros; estos sí podrán ser de vuestra propiedad. 46 Además, los podréis dejar en herencia a vuestros hijos, como propiedad hereditaria, convirtiéndolos en esclavos vuestros a perpetuidad. Pero entre hermanos israelitas no os trataréis unos a otros con dureza. (Lv. 25, 44-46. La Palabra, versión española)

Parece evidente la diferencia de trato que los judíos ejercían entre ellos al que podían dar a las demás naciones. Una de las principales razones por las que se les niega tratar como esclavos a sus compatriotas era el carácter libre que Dios había impreso en cada uno de ellos al ser rescatados de la esclavitud en Egipto. Habían sido liberados y redimidos por Dios de la esclavitud y no volverían a ser vendidos. Dios se muestra aquí como su Señor pero les da un trato humano, no comercial. Y, ¿qué hay de los demás? Durante la Guerra Civil de los Estados Unidos se usaron pasajes como este para pretender demostrar que era bíblico y correcto el tener esclavos y venderlos[6]. Pero debemos notar que la ley de Dios no estableció la esclavitud, sino que la reguló y la hizo más humana. La esclavitud había existido por siglos antes de que Moisés diera la ley, y la ley de Moisés prohibía que los hebreos se esclavizaran unos a otros. Dios tenía que limitar la esclavitud en Israel antes de poder lidiar con ella en otras naciones. Si los judíos se hubieran tratado unos a otros como la ley requería, Israel habría sido un testimonio al resto de naciones de la gracia y la compasión del Señor. Por el contrario, Israel falló al no obedecer y finalmente ellos mismos llegaron a ser esclavos. Se evidencia aquí un principio claro por parte de Dios sobre el trato que el pueblo judío debía darse y a su vez de las intenciones sobre otros pueblos que podemos poner en palabras populares: no hagas a nadie lo que a ti te desagrada. En el mismo libro de Levítico encontramos lo que bien puedo señalar como la garantía para legitimar el buen trato sobre los demás que promulga el Antiguo Testamento y que se recoge de esta manera: 
                 18No serás rencoroso ni vengativo con tus compatriotas, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Lv. 19,18. La Palabra, versión española). 

Aunque el uso del término prójimo (etimológicamente próximo o semejante) pareciera limitar mucho a quiénes debían tratar de esta manera no vengativa pero sí amorosa, encontramos otra referencia bíblica que abre esta perspectiva:
              33Cuando un extranjero resida en vuestra tierra con vosotros, no lo oprimáis; 34deberá ser considerado como un nacido en el país y lo amarás como a ti mismo, porque también vosotros fuisteis extranjeros en el país de Egipto. (Lv. 19, 33-34. La Palabra, versión española).

El texto de Levítico del Antiguo Testamento detalla las aplicaciones del amor fraterno y aun las amplía condenando cualquier forma de violencia incluso aquella que pudiera parecer justificada y que en varias civilizaciones se consideraba como un deber sagrado del honor: la venganza[7]. En pleno siglo XXI y a pesar de la sociedad moderna y avanzada que decimos ser, se nos sigue inculcando la necesidad benevolente de matar con el propósito de obtener la paz, el orden y la justicia en nuestra sociedad. Pagar el precio y enfrentar a los enemigos, castigarlos y hacerlos sufrir, privándolos de libertad y si fuera necesario, matarlos[8]. La violencia justiciera que tan acostumbrados estamos a ver. Los principios éticos y morales que se desprenden del Antiguo Testamento sobre la violencia y el asesinato bien podrían fluir directamente del sexto mandamiento, “no matarás” (Éxodo 20, 13). La idea judeo-cristiana de que el ser humano es imagen y semejanza de su Creador, hace que atacar a un semejante se convierta en un ataque directo contra la imagen de Dios. Aun así, si se cometía un homicidio la ley distinguía entre el homicidio premeditado y el involuntario y se tenían herramientas para prevenir la ira vengativa de los familiares de la víctima mientras se estudiaba el asunto. Se podía esperar que la familia de la víctima se encargara de hacer justica. Pero en el furor del enojo ellos podían estar más interesados en la venganza que en la justicia; por esa razón la ley intervenía para proteger al acusado hasta que se demostrara su culpabilidad o su inocencia. El asesinato es considerado en la Biblia un delito grave. La vida es un don sagrado de Dios. Dios ha establecido el gobierno humano y ha dado a las autoridades civiles el poder para hacer lo correcto. Es una declaración de que los hombres y las mujeres son especiales, creados a imagen de Dios, y que la vida es sagrada ante los ojos de Dios. Podemos albergar la duda de que las leyes en general frenen a los delincuentes. Los conductores temerarios todavía exceden los límites de velocidad, la gente todavía estaciona en zonas habilitadas para personas minusválidas, todavía se defrauda a Hacienda, y los ladrones todavía roban. Pero, ¿quisiéramos alguno de nosotros que nuestros legisladores abrogaran las leyes sobre el exceso de velocidad, el estacionamiento ilegal, el fraude fiscal, o el robo? Claro que no. El respetar la verdad, la vida, la propiedad son piedras angulares en toda sociedad justa y pacífica. La Biblia no presenta la ley como el remedio contra la delincuencia. La presenta como una forma de regirse que muestra respeto por la vida.

¿Qué hacemos entonces con los pasajes bíblicos que recoge el Antiguo Testamento donde el pueblo judío actúa de manera vengativa? Esta es como esas preguntas que te hacen los niños delante de otros adultos. Una encerrona, pero de la que es necesario salir para verter luz a todo esto. Hace unos días veía una película sobre las guerras cruzadas. En una secuencia el protagonista lanza su discurso: “Combatimos por una ofensa que no infligimos; contra aquellos que no vivían para sentirse ofendidos”. Me paré a pensar y creo que refleja perfectamente el tipo de venganza de la que el ser humano es capaz. Evidentemente esto no es exclusivo de los tiempos bíblicos ni de las guerras santas, lo que me lleva a pensar que tampoco es exclusivo entonces de Dios. En todas las sociedades hay personas incapaces de “matar una mosca” y otras que es mejor que no te cruces con ellas por la calle. El Antiguo Testamento recoge claros casos de genocidios que chocan frontalmente con cualquier principio que una religión de carácter eminentemente pacifista tuviera en su haber. Creo que no podemos quedarnos en la superficie de estas historias porque entonces, frente al horror por la barbarie, seríamos incapaces de encontrar cualquier significado escondido. Si pudiéramos dejar de lado todo este comportamiento inexcusable, violento y cruel, nos daríamos cuenta de que es necesario buscar en otro sitio el significado para todo esto[9]. Como cristiano creyente no puedo justificar este tipo de atrocidades, ni mucho menos supeditarlas a un mandamiento divino. Para mí, igual que para la mayoría de cristianos, estos hechos son contrarios a la voluntad de Dios. Ahora bien, cabría la posibilidad de encontrar designio divino en ello, un propósito mayor, al menos mientras Dios lo permita. La pregunta que me planteo es si la Biblia nos enseña a rechazar el significado literal de cualquier narración contenida por dicha Biblia si lo que narra es un posible mandamiento divino al genocidio. Podemos encontrar muchos significados, pero personalmente creo que nunca uno en el que Dios haya ordenado la venganza o el asesinato[10].

De ser así, de tomar al pie de la letra lo que de Dios dicen los autores del Antiguo Testamento, se estaría obviando que de por sí solo, esta parte de la Biblia nunca sería suficiente para llegar a captar el mensaje y la naturaleza de Dios[11]. La ética cristiana tiene sus raíces en el Nuevo Testamento y es en el uso de lo aprendido en él que se encuentra la clave para la interpretación del Antiguo Testamento. Los mismos principios contra la violencia y el mismo mensaje de paz que encontramos en el Nuevo Testamento en la persona de Jesús, están en el Antiguo Testamento. Pero no podemos acudir a éste desprovistos de los conceptos previos que nos brinda el Nuevo Testamento.

Corros Arenas, Ángel. 13 de enero de 2018. Madrid
Artículo escrito para la facultad Seut. Introducción al Antiguo Testamento.



[1] Evangelio Según San Juan, capítulo 8, versículo 44 (Jn. 8,44)
[2] Génesis capítulo 18, versículo 25 (Gn. 18,25)
[3] D. Byler, No violencia y genocidios, 2014, pp. 107-108.
[4] D. Byler, No violencia y genocidios, 2014, p. 108.
[5] D. Byler, “Educar para la justicia y el perdón”, Cristianismo menonita. http://www.menonitas.org/n3/justiciayperdon.html [online] [24/09/16].
[6] W. W. Wiersbe, Seamos Santos: Levítico, Wheaton, Illinois 1994, p.122.
[7] P. Buis, El Levítico: la ley de la santidad. Cuaderno bíblico, Navarra 2003, p.26.
[8] D. Byler, “Educar para la justicia y el perdón”, Cristianismo menonita. http://www.menonitas.org/n3/justiciayperdon.html [online] [21/09/16].
[9] D. Byler, “Números 31, Historias inmorales en el texto sagrado”, Cristianismo menonita. http://www.menonitas.org/n3/numeros31.html [online] [22/10/16].
[10] D. Byler, “Números 31, Historias inmorales en el texto sagrado”, Cristianismo menonita. http://www.menonitas.org/n3/numeros31.html [online] [22/10/16].
[11] D. Byler, No violencia y genocidios, 2014, p. 119.


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