Cristiano y militar, ¿es compatible?
El tema sobre el que me he
propuesto argumentar es si existe o no la posibilidad de compatibilizar la
profesión de la fe cristiana con la labor militar. Pretendo hallar en la Biblia
y en la ética cristiana algunas de las bases o fundamentos que puedan dar
respuesta a las diversas posturas que nos plantea este tema. Si bien no hay
consenso entre los cristianos en cuanto a la perspectiva de Cristo sobre la
guerra, no podemos negar tampoco el desacuerdo que existe sobre si un cristiano
puede desarrollar una labor militar. Todos los cristianos podemos afirmar que
el Reino de Dios inaugurado por Jesús es el gobierno de Dios de justicia y paz;
que Jesús mismo demostró perfectamente los ideales del Reino que proclamó; que
la comunidad del Reino ha de tener hambre y sed de justicia, procurar la paz,
renunciar a la venganza, amar a los enemigos, etc. Como cristianos tenemos un
compromiso con la paz y la justicia. Cierto es que la búsqueda de la paz con
justicia es mucho más costosa que el apaciguamiento con concesiones[1].
Y no cabe tampoco el menospreciar la lealtad, el espíritu de sacrificio y valor
de los soldados en servicio. Pero no debemos idealizar o exaltar la guerra por
muy justa que la consideremos y defenderla circunstancialmente como el menor de
dos males ya que bajo la perspectiva cristiana sigue siendo una circunstancia
forzosa que causa dolor y destrucción.
Me propongo presentar dos
posturas enfrentadas sobre la compatibilidad de la labor militar con la fe
cristiana, y demostrar por qué en última instancia la vida militar y la
cristiana son incompatibles.
Cristiano y militar: sí es
compatible.
En primer lugar expondré la
postura que sostiene que sí se puede ser militar y cristiano. El ideal
principal que sostiene mi exposición sobre esta afirmación reside en lo que se
denomina el principio de guerra justa. Asumo la dificultad que esto exige ya
que el concepto de guerra justa es muy controvertido puesto que hay puntos de
vista muy diferentes entre los propios cristianos con respecto a la guerra y
bíblicamente tampoco es fácil extraer una línea de pensamiento claro, a pesar
de que las raíces de la configuración de la noción de guerra justa deben
buscarse en la cultura bíblica hebraica[2].
Una línea bíblica que pienso que
los cristianos encuentran para poder justificar de alguna forma la participación
en la guerra se extrae de la interpretación de los propios cristianos del
Antiguo Testamento y la hermenéutica que realizan del mismo; el ejemplo contrario
sería la hermenéutica cristocéntrica que realizan del Antiguo Testamento los
menonitas y la continuidad que se encuentra entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Dicha continuidad se puede entender desde muchas formas: desde la
que hace una lectura literal del texto bíblico (y por tanto, llega a ver las
guerras de Israel como mandato divino) y la que centra esa continuidad en la
intencionalidad. Esta última entiende que el Antiguo Testamento es testimonio
de la relación de Dios con Israel, asumiendo que lo que Israel puede encontrar
como “divino” no es necesariamente “divino”, sino comprensión humana. La
continuidad está en que el Antiguo Testamento da testimonio de la historia de
salvación, pero no en la literalidad del texto, sino en el propósito de
salvación de Dios. Por otro lado, la relación entre ambos testamentos se ve
impactada por dicha continuidad ya que el Antiguo Testamento habló mucho más
que el Nuevo Testamento sobre la participación de los creyentes en acciones
bélicas[3].
Para legitimar la participación militar del cristiano se basan en las palabras
de Jesús recogidas en el evangelio de Mateo cuando dice que no vino para abolir
la ley sino para cumplirla (Mt. 5,17). Lo que hace Jesús por tanto es completar
todo lo dicho por el Antiguo Testamento. Para estos cristianos, Dios no es
diferente en uno u otro testamento, es el mismo, y tienen en cuenta ambos
testamentos para dar una respuesta bíblica a la realidad del militar cristiano.
Por otra parte, Dios ha confiado
el mantenimiento de una paz justa a las autoridades civiles. Durante todo el
Antiguo Testamento Dios da leyes para mantener el orden y la paz. Posteriormente,
Jesús confirmará esas leyes pero bajo el mandato del amor, amando a Dios de
todo corazón y al prójimo como a uno mismo (Mc. 12, 30-31). Así, es
imprescindible recordar que el evangelio de la gracia no es el único medio que
debemos usar mientras esperamos la llegada del Reino de Dios y nuestra
participación dichosa en este reino escatológico[4],
sino que también la Iglesia debe denunciar la injusticia social y, si es
necesario, las instituciones civiles que Dios ha creado con ese propósito deben
mantener, aunque sea por la fuerza, la ley moral. Bajo esta postura el mandato
es claro, la fuerza injusta ha de ser resistida si hiciera falta también por la
fuerza. En la Epístola los Romanos, capítulo 13, y en 1 Pedro 2, 13-25, se
habla de que los cristianos debemos someternos a las autoridades superiores
porque todas las autoridades han sido establecidas por Dios y no debemos
resistirnos a ellas, puesto que al hacerlo nos estamos rebelando también a Dios
quien las ha creado. Y no solamente esto, sino que les ha dado la fuerza para
ejercer justicia con ella y castigar al que hace lo malo. El pastor evangélico
y también capitán del Ejército de Tierra, José Manuel Carvajal, en una
entrevista realizada durante el acto de oración por las Fuerzas Armadas
menciona que llegará el día en el que Jesús regrese y las espadas serán
convertidas en rejas de arado y las lanzas en hoces, aludiendo al texto del
profeta Isaías (Is. 2,4) pero que mientras que ese día llega, los ejércitos
son, y deben ser, instrumentos de Dios para disuasión, defensa y preservación
de la paz[5].
Ahora bien, estos dos textos no hablan explícitamente de la guerra limitada
aunque los fines sean justos. Por otro lado sí que apoyan que Dios otorga “la
espada” para la persecución de fines justos entre los cuales se puede dar la
guerra para mantener la paz. Se desprende entonces que los creyentes deben
apoyar al gobierno en sus funciones legítimas y en coherencia los mismos deben
estar dispuestos a participar, aunque sea a su pesar, en el uso justo de la
fuerza.
Apoyar el uso de la fuerza para
fines justos por el gobierno humano equivale a reconocer su vocación divina y
admitir la legitimidad moral de su responsabilidad: Dios llama a los gobiernos
a emplear la fuerza cuando sea necesario. ¿Cómo declara un gobierno una guerra
legítima? ¿Qué mecanismos existen para ello? Las guerras actuales en general no
ocurren en favor de un “bien mayor”, o mejor dicho, ese “bien mayor” suele ser
el del Estado (“razón de Estado”, donde cabe prácticamente todo). Legitimar
bíblicamente la guerra es muy peligroso en un mundo como el nuestro, donde la
ética cristiana ya no rige la política (como ocurría durante la época medieval,
lo cual por cierto también creaba sus conflictos). Bajo esta postura, ven esta
práctica en los personajes del Antiguo Testamento, a veces bajo petición
explícita de Dios, otras por ayudar a otros pueblos o bajo la petición de
intervención divina antes de entrar en batalla contra sus enemigos. Por su
parte, en el Nuevo Testamento encontramos creyentes cuyos oficios eran los de
centuriones romanos y que no dimitieron de sus empleos tras abrazar la fe
cristiana, no existiendo reproche por parte de Jesús ni de ninguno de sus discípulos,
sino más bien se elogió su fe[6].
En el caso concreto cuando Jesús reprende a Pedro y le pide que guarde su
espada tras herir a un soldado romano (Mt. 21, 51-52), señalar que Pedro no era
un soldado que entraba en una acción militar, sino un individuo particular que
intentó a través de un acto violento oponerse a las autoridades, y bajo el prisma
espiritual, a la voluntad divina.
Si en el pasado Dios inició
acciones militares que resistían al mal; si ahora Dios confía en los gobiernos
el uso justo de la fuerza para resistirlo; si llama a los creyentes a
desempeñar funciones de gobierno o al menos a no abandonarlas; y si en el
pasado esperaba que los creyentes luchasen por fines justos, entonces se deduce
que el creyente puede continuar sirviendo cuando una causa justa lo requiera,
pero no de manera privada sino bajo la responsabilidad del Estado que es el
agente de Dios para castigar al malhechor y ejercer la justicia en su nombre.
Esto no es contrario a la ley del amor, sino que es el amor el que mueve al
cristiano en busca de la justicia. Bajo estas premisas y los criterios bien
definidos de una guerra justa, manteniendo realmente los valores bíblicos de
justicia y amor, no como principios “romantizados” o en términos de Bonhoeffer
convertidos en “gracia barata”, se afirma la propuesta de que el cristiano
puede ser militar y participar de esta labor.
Cristiano y militar: no es
compatible.
En segundo lugar, plantearé la
postura que niega la posibilidad de que un cristiano sea militar. Uno de los
argumentos que sostiene esta propuesta es que al compaginar dicha labor militar
con la profesión de la fe cristiana, el creyente pone en peligro su vida
espiritual y a su vez dificulta el seguimiento de los principios bíblicos que
tienen su reflejo en la persona de Jesús.
Todo cristiano tiene a Jesús como
modelo de vida y espiritualidad. Este es un modelo de amor al prójimo y al
enemigo; un amor incondicional, sin excusas ni pretextos. El apóstol Pablo
define el amor de una forma amplia y rica en su Epístola los Corintios (1 Co.
13,4-7). Una definición que, bajo esta argumentación, poco tiene que ver con el
desarrollo de la labor militar y que debe suponer una lucha personal para el
cristiano que tiene dicha labor al enfrentar dos realidades tan dispares. Es el
propio Jesús en su Sermón del Monte (Mt. 5-7) quien nos habla de amar a los
enemigos, de no recurrir a la violencia contra nuestro agresor y nos lanza el
compromiso de amar siempre y nunca matar, hecho incompatible bajo estas
premisas con las exigencias laborales de un militar. No entender esta
incompatibilidad pone al cristiano en un serio aprieto y pronto sus
convicciones personales se verán puestas en juicio[7].
Como leemos en el Evangelio según Mateo, “nadie puede servir a dos amos al
mismo tiempo” (Mt. 6,24).
Jesús expresó en una oración al
Padre el deseo sobre sus discípulos de no quitarlos del mundo, sino guardarlos
del mal. En sus palabras iguala su naturaleza divina con la de sus seguidores
diciendo que no son de este mundo. (Jn. 17, 15-18). Con estas palabras de Jesús
se podría resumir el pensamiento de los cristianos frente al mundo que nos
rodea. Efectivamente, no somos del mundo, y Cristo así lo manifestó claramente,
pero estamos en él. Una vez que como cristianos hemos nacido de nuevo ya no
pertenecemos a este mundo ni somos hijos de maldad (Jn. 8,44) sino que
pertenecemos al mundo de la luz (Ef. 5,8). Pertenecemos a Cristo, por lo tanto
nuestro carácter debe reflejar a Cristo y debemos apartarnos de todo mal. Los
cristianos no deben ser agentes pasivos del nuevo reino instaurado por Jesús.
Las bienaventuranzas sobre los pacificadores no deben verse en términos de
pasividad ya que por definición el pacificador es activista. El pacificador es
hacedor de paz, trabaja por la paz, se esfuerza porque irrumpa la justicia
mesiánica entre los hombres[8].
Ni Jesús ni los primeros
cristianos se metieron en política ni se alistaron en ninguna campaña militar a
pesar del lenguaje que usaron con connotaciones políticas; un claro ejemplo es
el término “evangelio” que aludía inicialmente a la visita del emperador romano
a una ciudad (esa era “la buena nueva”). Resignifican el lenguaje político de
la época[9].
Sí es cierto que algunos de los doce discípulos eran considerados hombres algo
violentos o al menos con ciertas pretensiones nacionalistas (Mc. 3,17 “hijos
del trueno”), pero el carácter que Jesús manifestaba y lo que pretendía enseñar
era bien distinto: no pretendió organizar una revolución contra los romanos,
como muchos hubiesen querido. Mientras la acción militar sea una herramienta
para mejorar una situación, parecerá ser bienvenida cualquier actividad que
desarrollemos con ella y veremos con cierta tibieza la participación de un
cristiano. La historia muestra a hombres y mujeres que promovieron una
transformación social y política sin hacer uso de la violencia, al igual que
Dios ha usado a jueces y reyes para mejorar la vida de su pueblo. Ahora bien,
la dificultad reside en tener en cuenta a Dios como lo primero de todas las
cosas y nuestra nueva naturaleza cuya escala de valores es contraria a la del
mundo en que vivimos.
Señalaba en el punto anterior
como la práctica del oficio de centurión no fue rechazada por Jesús. Bajo esta
línea de argumentación que persigue refrendar que el cristiano debe ser sal y
luz, además de ser un instrumento en manos de Dios, presento otra propuesta
bien distinta. Siendo cierto que Jesús elogió la fe del centurión y no parece
que le exigiera el abandono de su oficio, esto no presupone que dicha labor
fuera correcta y estuviera en consonancia con los principios del reino que
Jesús manifestó. El profesor D. Dionisio Byler preguntado a raíz de las
declaraciones del pastor evangélico y capitán del Ejército de Tierra, José
Manuel Carvajal, apunta no recordar ningún caso en el que Jesús pida que se
abandone cierto oficio, ni aun en el caso de la mujer pecadora de la ciudad,
cuya profesión se entiende es la prostitución. Jesús también alaba su fe, pero
evidentemente esto no puede justificar que esta profesión fuera adecuada para
una mujer cristiana[10].
En el Sermón del Monte se
describe a los discípulos de Jesús como bienaventurados, y se dice que sus
obras ya no son propias del mundo que les rodea sino que son propias de la
comunidad mesiánica: serán sal y luz, e iluminando al resto de personas por
medio de su carácter y viviendo de acuerdo con las pautas de Jesús, manifestarán
la bondad del Padre que está en los cielos y el mundo alabará a Dios por lo que
ve. Este carácter distintivo deberá también reflejarse en la manera en que
tratamos a los demás. Evidentemente la acción salvadora de Jesús nunca se
planteó en términos violentos, por lo que cabría deducir que tampoco se exige
violencia por parte de los cristianos en su vida. Es más, se anima a los
cristianos a ser mansos y humildes. El manso es el no violento, el que confía en
Dios y espera en él, el hombre/la mujer justo/a y misericordioso/a, el/la que
no tiene otra alternativa que depender de Dios. El Salmo 37 nos enseña el
contraste con los violentos y cita la opresión al prójimo en lugar del amor
exigido como mandamiento.
La carencia de violencia en la figura
de Cristo debe reflejarse también en sus seguidores. Esta no-violencia debe ser
refrendada con la búsqueda de la paz.
Esta paz no es solamente la ausencia de conflicto armado, sino la
presencia de las condiciones que conducen al bienestar de un pueblo en todas
las relaciones sociales y espirituales. Las palabras paz, justicia y salvación
son prácticamente sinónimas para describir el bienestar que resulta cuando los
seres humanos viven en armonía. Esto es lo que los judíos denominaban como
Shalom, el don de Dios a su pueblo.
Así, el mensaje que Dios envía es
el del evangelio de la paz, por medio de Jesús, reconciliando consigo todas las
cosas, haciendo la paz (Col.1, 19-20). Entonces, bajo las premisas de que un
cristiano debe buscar la paz, reflejar el carácter de Cristo, amando a los
demás y siendo portadores del mensaje del Nuevo Reino instaurado por Jesús,
difícilmente podrá realizar dicha tarea dentro del marco de un oficio militar.
Presentación de mi opinión.
Personalmente creo que el
desarrollo de una labor militar es incompatible con la fe cristiana, ya que
enfrenta directamente el modelo de vida que Jesús practicó y abandona los
principios de ética social que se presumen en el reino mesiánico, que se ha
acercado a nosotros y del cual somos testigos. Además, el concepto de conflicto
bélico que se describe en la guerra justa ya se da como un mal en sí mismo y
siempre tiene connotaciones negativas que se contraponen con los principios
éticos del cristianismo. El uso de la violencia va en dirección opuesta a los
preceptos de la ley mosaica o del Evangelio como principios de ética social,
además de preceptos religiosos. La guerra siempre es motivada por intereses
propios lejos del amor al prójimo. Al final el uso de textos bíblicos para
refrendar una u otra postura se vuelve insuficiente y la cuestión está en cómo
leemos el texto bíblico: guiados por nuestra conciencia, moldeada a la vez por
esos mismos textos. Tanto el texto como el lector son importantes. Particularmente
creo que se debe preguntar en conciencia y obrar de la misma forma. Doy por
bueno, apropiado y oportuno el consejo de Pablo a la iglesia de Corinto “todo
es lícito pero no todo conviene […], no todo edifica”. Finalmente es en el amor
al prójimo donde todo lo que es lícito se vuelve conveniente. Como cristiano
tomo decisiones pensado en la figura de Cristo y en no hacer tropezar a mis
semejantes.
[1] J.
Stott, La fe cristiana frente a los
desafíos contemporáneos, Michigan, 1991, p.113. [Traducido del original ingles
Being a Responsible Christian in a
Non-Christian Society, 1984]
[2] A.
Herrera, “La noción de la Guerra justa. Algunos planteamientos actuales”, Analecta
política | Vol. 1 | No. 2 | enero-junio 2012
[3] R. G. Clouse (ed.), War: four Christian views, Michigan,
1991, pp. 120-121.
[4] J.
Driver, Militantes para un mundo nuevo,
Tarrasa, 1978, p. 48.
[5] V.
Moreno, “Cristiano y militar, ¿es compatible?”, protestantedigital.com. http://protestantedigital.com/espana/29368/Cristiano_y_militar_iquestes_compatible [online] [17/09/17]
[6] V.
Moreno, op. cit.
[7] D. Byler, No violencia y genocidios, Burgos
2014, p. 244.
[8] J.
Driver, Militantes para un mundo nuevo,
Tarrasa, 1978, p. 60
[9] , R.A.
Horsley, Jesús y el Imperio. El Reino de
Dios y el nuevo desorden mundial, Navarra, 2003.
[10] V.
Moreno, op. cit.
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