UNA VIDA DEDICADA
Una vida dedicada. Reflexión sobre 1ª Timoteo 4,6-16.
Cuando nace un niño enseguida decimos que “ha pesado tanto y ha medido tanto” y en función de esas medidas valoramos si está bien o no, si es un niño sano. Pronto nos dirán que está por encima o por debajo de los niveles de crecimiento; Si va algo retrasado con su lenguaje, sus estudios, su estatura; Si tiene que usar gafas o aparato dental. Más tarde preguntaran si tiene novio/a, cuando se va a casar, dónde va a vivir, por qué no cambia de trabajo. Y medimos o valoramos a este niño con/en nuestros términos humanos y a través de todas estas cuestiones intentando encontrar en cada una de ellas un valor que cuantifique el éxito de este niño.
Con los creyentes sucede algo
parecido, y decimos de alguien que es un buen cristiano si ofrenda, si acude a la
iglesia los domingos, viste adecuadamente, vive una vida sin demasiados lujos (asceta: purificar el espíritu por medio de
la negación de los placeres materiales), no hace alarde de sus capacidades
o posesiones, si aquellas cosas que emprende llegan a buen puerto, si tiene éxito,
si lleva un ministerio en la iglesia, si su matrimonio va bien, si sus hijos
están en la fe o si paga sus impuestos. El historiador y gobernador romano Plinio
realizó un análisis sobre los cristianos y le envió una carta a Trajano en la
que concluía que los cristianos cantaban y adoraban a un tal Jesús del que
decían era su Salvador y pagaban sus impuestos. Es evidente que esa realidad es
bastante pobre, pero de algún modo responde y encaja con la forma en la que Plinio veía y valoraba a los cristianos de la época. El gran problema de hacer juicios
de valor sobre lo que nosotros creemos que debemos perseguir, tener, hacer o
imitar, y hacerlo con nuestras propias herramientas, en nuestros términos que casi
siempre miran la paja en el ojo ajeno, es que acaban siendo poco realistas. Tenemos nuestro
propio baremo y usamos nuestras propias unidades de medida para valorar a
otros.
La verdad es que no debemos ni
podemos valorar a las personas por su edad, por lo que han conseguido, saben,
tienen o pueden hacer. Todo eso no tiene demasiado valor. Lo que
importa de verdad es cuánto de lejos o de cerca están de Jesús, de conocerle y
de imitarle. De seguirle a él. Y qué es lo que estamos haciendo los
demás para estar cerca de Jesús, nosotros y los que están a mí
alrededor. Porque esto es lo que realmente importa. Estar
cerca de Jesús, seguirle, no es otra cosa que ser su discípulo, y conlleva, por
supuesto que sí, una serie de actitudes y requisitos que han de acompañarnos. Pero a la vez estas actitudes han de afectar directamente
a nuestro carácter para modelar, para entrenar una identificación personal con
el estilo de vida de Jesús.
En el texto de 1ª Timoteo 4,6-16 Pablo exhorta a Timoteo a seguir una serie de
comportamientos, actitudes y deberes que se esperan de aquellos que, no solo están al frente de la iglesia como el caso de Timoteo, sino de todos los que
hemos decidido seguir a Cristo. Cuando las verdades bíblicas y los
mandamientos de Dios no sólo se aprenden sino que se guardan y se viven, lo
que queda, lo que perdura, es un carácter, un modo de vida: una manera de ser. Podemos ponernos nuestro traje de
evangélicos, aprender de memoria a comportarnos como cristianos o podemos dejar
que el Espíritu nos dirija y nos transforme para ser verdaderos discípulos. El cristiano genuino debe reproducir el perfil del carácter y
del vivir del Señor Jesucristo.
Nuestra Biblia moderna incluye una serie de títulos que acompañan a algunos pasajes y que nos introducen el tema que vamos a leer. Estos títulos son añadidos por las editoriales bíblicas, no estaban en el texto original (con la excepción del libro de los Salmos); pero no por ello son desechables. En el caso de 1ª Timoteo 4,6-16 el texto está precedido por el título Un buen ministro de Jesucristo. Y yo encuentro en las palabras de Pablo hacia Timoteo una
serie de consejos prácticos para servir a la iglesia, de manera que Timoteo
pueda convertirse en un auténtico siervo del Señor, un aprendiz de Cristo que
sirve y ama a Cristo así como a la iglesia, que reproduzca el carácter de
Jesús, y que su manera de ser y de vivir represente una vida dedicada.
UNA VERDAD QUE SE VIVE
“Si esto enseñas a los hermanos serás un
buen ministro de Jesucristo”.
Otras versiones dicen: “si enseñas la verdad […] serás un buen servidor de Jesucristo”. Cuando hablamos de la verdad siempre surge el debate: ¿Qué es la verdad? En nuestro tiempo todos tenemos una verdad, y nadie puede negar tu verdad porque es la tuya, aunque yo tenga la mía. No hay una verdad única, absoluta. Es una de las principales características de lo que el sociólogo Zygmunt Bauman denominó modernidad líquida. Pero ya en tiempos de Jesús teníamos preguntas como esta. Jesús está siendo juzgado por Poncio Pilato, y le dice:
Yo vine al mundo para hablar acerca de la verdad. Y todos lo que conocen y dicen la verdad me escuchan. Y Pilato respondió: ¿Qué es la verdad? Juan 18,38.
El mensaje del Evangelio es fascinante. Y lo es en primer término porque es opuesto a la
mentalidad humana, a los criterios humanos. Un hombre le pregunta a otro qué es la verdad, cuando la pregunta no es qué sino quién: Jesús es la verdad. Cada vez me parece más asombroso; en lo que tiene de provocador.
Uno de los padres de la iglesia, Tertuliano, ya en el siglo II dejó escrito aquello de “creo porque es absurdo”. Porque es tan disparatado, tan absolutamente distinto a todo, y precisamente por eso me cautiva. Y cada vez que históricamente la iglesia ha intentado hacer que el mensaje del Evangelio sea aceptable, sea comprensible, sea asimilable por criterios humanos ha perdido su vigor, su fuerza. Ya lo había escrito el apóstol Pablo a los corintios: El Evangelio es locura (1ª Corintios 1,18). Cuando todo aquello que tiene que ver con la Palabra de Dios y con el mensaje del Evangelio se pretende explicar de una manera lógica, sensata, comprensible humanamente, razonable, podemos desconfiar. Eso no puede ser el Evangelio (1ª Corintios 1,23 es piedra de tropiezo, otras versiones dicen que es una tontería).
Uno de los padres de la iglesia, Tertuliano, ya en el siglo II dejó escrito aquello de “creo porque es absurdo”. Porque es tan disparatado, tan absolutamente distinto a todo, y precisamente por eso me cautiva. Y cada vez que históricamente la iglesia ha intentado hacer que el mensaje del Evangelio sea aceptable, sea comprensible, sea asimilable por criterios humanos ha perdido su vigor, su fuerza. Ya lo había escrito el apóstol Pablo a los corintios: El Evangelio es locura (1ª Corintios 1,18). Cuando todo aquello que tiene que ver con la Palabra de Dios y con el mensaje del Evangelio se pretende explicar de una manera lógica, sensata, comprensible humanamente, razonable, podemos desconfiar. Eso no puede ser el Evangelio (1ª Corintios 1,23 es piedra de tropiezo, otras versiones dicen que es una tontería).
En este sentido el Evangelio mira hacia aquellos que son invisibles en
términos humanos: los pobres, los extranjeros, los enfermos, los presos, los abandonados, todos estos en
los que no repara nadie están en el centro del Evangelio (Las bienaventuranzas, Mateo 5). Del mismo modo cuando consideramos acerca de los bienes, no
solo el dinero, todo aquello que es realmente de valor en términos humanos,
toda la predicación del Evangelio gira en torno a dos principios esenciales:
practicar el desapego, como si no lo tuviéramos. Y en cuanto a los demás, la
generosidad. Los pedagogos afirman que nuestro
comportamiento como seres racionales y sociales está determinado en algún grado
por nuestro entendimiento de las cosas. Así un entendimiento correcto da a luz
un comportamiento correcto. Por el contrario, una creencia equivocada produce
una conducta equivocada. No les quito la razón. Pero
tiene que haber algo más, ya que el mensaje del Evangelio no es compresible en
términos humanos. Apela al corazón del ser
humano y eso le lleva a un mover espiritual que transforma su vida, sin saber muy bien cómo, pero sucede.
¿CÓMO PODEMOS ENTONCES VIVIR ESTA VERDAD?
Alimentándonos bien: Debemos estar bien alimentados. “nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido”, 1ª Timoteo 4,6. Debemos buscar y conocer diariamente a Jesús. Ocuparnos en la lectura de la biblia y por qué no también en enseñársela a otros siempre que podamos. La ocupación de un verdadero siervo de Jesús es conocerle más y alimentarse de su palabra, pero también transmitírsela a otros. Alimentarnos bien. El texto original dice SIENDO NUTRIDO: una acción pasiva, pues es la propia palabra la que enriquece, pero tiene un carácter de continuidad. Nadie come mucho el domingo para no comer más durante la semana. Comemos cada día para nutrirnos.
Con entrenamiento: Y no un entrenamiento cualquiera. “Ejercítate para la piedad”, v.7. Aquellos que hemos recibido a Cristo como nuestro Señor y Salvador conocemos su poder y capacitación; hemos experimentado su provisión, protección, y fortaleza. Si queremos entrenar la piedad debemos comenzar por poner nuestra esperanza en el Dios viviente, en nuestro Salvador. Cuando nos ejercitamos para la piedad, cuando trabajamos duro en el ejercicio espiritual, eso a veces duele. Es como las agujetas después de una sesión intensa en el gimnasio. Duele porque se está trabajando sobre algo que está siendo transformado. Porque la piedad es el amor, el amor a todos, y eso cuesta trabajo, ¿verdad?
Siendo ejemplo: Me gusta esta versión cuando dice “trata de ser ejemplo para los demás cristianos. Que cuando oigan tu modo de hablar, y vean cómo vives, traten de ser puros como tú. Que todos imiten tu carácter amoroso y tu confianza en Dios”, v.12. Es curioso porque Pablo le dice que sea ejemplo a pesar de que otros le consideren demasiado joven. La palabra que usa Pablo para joven describe a cualquier persona en edad militar, que era hasta los cuarenta años. En aquella época se entendía que las personas de mayor edad eran dignas de respeto por lo que habían vivido. Hoy día casi es al revés, hay un creciente desprestigio cuando se cumple cierta edad. De nuevo, la perspectiva del Evangelio, de lo que el Señor pone en manos de sus siervos, no tiene nada que ver con la mirada del mundo. No importa tu edad, sé ejemplo para que otros lleguen a ser como tú.
Mayores, tenéis
la responsabilidad de ser testigos de vuestra fe a los más jóvenes, de guiarles
y de aconsejarles, pero no los menosprecies. Jóvenes como Daniel y sus amigos (Daniel
3) se mantuvieron santos, comprometidos, en medio de un mundo realmente
adverso. El mismo rey Josías, el más joven rey de Judá (8 años cuando ascendió)
fue quien renovó el pacto y promovió una serie de reformas para eliminar el
culto a los dioses y acercarse de nuevo a Dios. Y los más jóvenes, sabéis,
cuando hablamos del llamado de Samuel decimos que Samuel respondió a la voz de
Dios, pero no es del todo cierto. Si leemos detenidamente el pasaje (1ª Samuel
3) descubriremos que Samuel acude tres veces a Elí tras haber escuchado una voz
que le llamaba pensando que era Elí. Y es el mismo Elí quien comprende que es
el Señor quien está llamando a Samuel y le enseña a responder.
Pablo le dijo a Timoteo que a pesar de su juventud, él debía ser un ejemplo para todos. Esto requeriría de fe y de confianza en Dios. Si había de ser ejemplo de piedad, debía creer que Dios, su Salvador, lo protegería, lo guardaría y lo fortalecería para que pudiese ser ese ejemplo. Si queremos prepararnos para ser piadosos, tendremos que estar dispuestos a abandonar las zonas de comodidad; Confiar que Dios hará que hagamos lo que no concebimos que podamos hacer. Se nos requerirá vivir más allá de nuestras habilidades humanas.
¿Cómo ser un buen siervo? ¿Cómo vivir una vida dedicada? El grado en el cual creceremos estará relacionado con el grado en el que permitamos que Cristo crezca en nosotros.
Todo el
ejercicio de la piedad, la buena nutrición en la palabra y el esfuerzo por ser
de ejemplo tiene un propósito: pasar a la acción. Porque el cristianismo es verdad, pero es verdad en acción: el principio del servicio. Pero aun el servicio en términos del Evangelio se percibe de una manera tan
distinta al plano meramente humano y aun en el contexto de la iglesia se hace
difícil de entender y más complicado de vivir.
EL SERVICIO
Alguien describió el servicio
cristiano como el ejercicio físico del alma. La
demostración natural de una realidad espiritual, nuestra alma en acción.
Pero aun con esto la manera de entenderlo y de vivirlo en términos del Reino de Dios no se parece en nada a los criterios
humanos.
Hay
una parábola que narra Mateo 25 en la que un hombre que tenía empleados
a su cargo entrega a cada uno de ellos un dinero para que lo administren, “a cada uno
conforme a su capacidad" vs.15. A su regreso todos le dan cuentas de
la administración que han hecho y aunque han producido beneficios distintos,
todos los trabajadores obtuvieron la misma recompensa:
“sobre poco has sido fiel sobre mucho te
pondré. Entra en el gozo de tu Señor.”, vs.21. No hay ningún
elemento diferenciador: reciben lo mismo, pero no han trabajado igual, no han
producido lo mismo. Objetivamente, lo que han aportado es distinto pero la recompensa es la
misma. Tal vez lo leamos y no nos llama la atención leído en la Parábola, nos hemos hecho demasiado evangélicos, pero si
nos pasara a fin de mes en nuestros trabajos seguramente la reacción sería
distinta. Hay otra parábola en la que Jesús va un poco más allá (Mateo 20): un señor contrató una serie de
trabajadores y les prometió pagarles al final de día una
cantidad. Y efectivamente al final del día les dio esa cantidad. Pero poco
antes de terminar la jornada contrató a otros trabajadores que apenas tuvieron
tiempo de poner las manos en la obra, y les dio lo mismo. ¿Es justo? Eso
es lo que llama la atención sobre el mensaje de Jesús: hay
recompensa por el servicio realizado pero no tiene que ver con los elementos
con los que nosotros acostumbramos a considerar. Y sí, es verdad, no
parece una manera justa de comportarse, no hay un principio justo, lógico, para que cada uno reciba lo que se merece. Pues ese
principio, en el Reino de Dios, salta por los aires. No funciona así. Y eso que
tiene tanto de desconcertante, lo tiene de fascinante.
Entonces, a la luz de esto surge
una serie de preguntas sobre cómo conducirnos a
propósito de la práctica del servicio, del actuar en favor de otros, del porqué
lo hacemos y qué recibimos a cambio. Ante estas preguntas la primera
cosa que debemos atender es a la propia esencia del Evangelio.
LA GRACIA
LA GRACIA
La
concepción natural en cuanto a la administración de los talentos, lo que
sabemos hacer, el tiempo del que
disponemos, nuestros recursos naturales, los dones espirituales, todo aquello con lo que podemos actuar y podemos
trabajar, el criterio natural es siempre retributivo: de lo que uno da espera recibir en una
medida correspondiente, ya sea
remuneración económica, reconocimiento por parte de los demás, o de gratitud;
recibir
en consonancia con lo que uno aporta. Sin embargo la perspectiva del
Reino de Dios es totalmente distinta, porque todo es por Gracia. Todo es Gracia. Y ese es el
único criterio con que las
cosas se miden, lo que hacemos, lo que damos, lo que recibimos. Todo es gracia. Totalmente ajeno a cualquier criterio humano. La entrega voluntaria de Jesús
en nuestro favor, para hacerse el último de nosotros, para morir por nosotros,
a cambio de nada. Es la
esencia del Evangelio. Y en coherencia con este origen el criterio básico para la vida cristiana, para el
servicio cristiano lo da el propio Señor Jesús: de gracia
recibisteis, dar de gracia (Mateo 10,8).
Ahí se acaban todas las sumas y las restas, todas
las deudas, todos los haberes. Mas bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20,35).
LA RECOMPENSA
¿No
hay más recompensa? ¿Servimos y ya? Para escándalo
de los criterios humanos la recompensa
es el hecho mismo de la lealtad del servicio al Señor. Esa es la
recompensa. En el reino de Dios no hay más recompensa, porque no hay
mejor recompensa. El libro de Números describe el reparto de las tierras entre las tribus como herencia
prometida. Dice también que a
la tribu de Leví no se le entregó tierra alguna: los
levitas, los encargados del
templo, los siervos de Dios se quedaron sin tierra. Dice Números 18,20: Y Jehová dijo a Aarón: de la
tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio
de los hijos de Israel. También lo podemos leer en Ezequiel 44,28 en
otro contexto pero con los mismos protagonistas: Y habrá para ellos heredad; yo seré su heredad, pero no les daréis posesión
en Israel. Repito: En el Reino de Dios no hay más
recompensa, porque no hay mejor recompensa. Este principio, cuando consideramos la Palabra de Dios, tiene consecuencias, a cual
más sorprendente.
- Dad y además, que no se sepa: recordáis a propósito de la limosna en el contexto del sermón del monte. “Cuando tu des no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea en secreto”, Mateo 6,3. “Pero es que si es en secreto, no se va a enterar nadie”. Claro. Esto nos sitúa fuera del mundo de Twitter, de Facebook, de Instagram, porque si no se puede contar entonces ya me contareis. La recompensa del servicio es poder servir.
- Contra toda tentación de reivindicación del propio servicio resuena esa palabra del propio Señor Jesús: “siervos inútiles somos, hicimos lo que debíamos hacer”, Lucas 17,10. En términos naturales todo se nos revuelve por dentro. Pero el evangelio no engaña: la recompensa humana, el reconocimiento del apóstol Pablo a toda una vida de servicio, dedicación y sufrimiento fueron la soledad, la cárcel y el martirio. No hay amargura en su corazón, no hay frustración, sino la convicción agradecida de saberse recompensado por el hecho mismo de su lealtad al Señor. En este contexto escribirá a Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”, 2 Timoteo 4,7-8. Ese era mi premio, y es mío.
- ¿Nada más? ¿No hay otra recompensa? Bueno, la hay de parte de Dios. “Aquello que hagáis en lo secreto, Dios lo recompensará en público”, Mateo 6,4. “¡Ah, por fin!” Hemos visto muchas películas de Hollywood, pero no es que Dios vaya a proyectar detrás nuestra un video con todas nuestras hazañas para que todo el mundo las vea y las pueda reconocer. Es algo que tiene que ver entre él y nosotros. Y esa era la recompensa, el crédito, que el apóstol espera. “Está guardada la corona de justicia que me dará el Señor”. Estoy bien pagado. 2 Timoteo 4,8.
- Salmo 100. Servid al Señor, y hacedlo con alegría. “¡Con todo esto a la espalda y además alegremente!” Estamos acostumbrados en nuestro vocabulario a hablar de servir al Señor con compromiso, con esfuerzo, con sacrificio, con renuncia, hasta la muerte. Pero el llamado en sí es a hacerlo siempre con alegría. Podemos servirle en ocasiones cansados, física o anímicamente cansados; sí cansados sí pero fastidiados nunca. No renegando. Soy consciente de lo que estoy diciendo, es difícil. Pero Dios ama al dador alegre. Pedro y Juan después de ser encarcelados, de ser azotados y amenazados dice el texto en Hechos que salieron gozosos por haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Evangelio. Esta era la recompensa. Salieron doloridos, físicamente agotados, pero gozosos (Hechos 5,41).
El servicio siempre implica una tercera persona. No se trata de ser un siervo de Jesucristo en aislamiento. Hay verdades bíblicas que no pueden vivirse ni experimentarse de otra manera que no sea en comunidad. Igual que a nadie se le ocurriría celebrar la Santa Cena él solo en el salón de su casa, nadie dice ser un siervo de Jesucristo a quien no ha visto si no sirve a su hermano a quien puede ver. Por eso cuando Pablo le dice a Timoteo “no descuides el don que hay en ti” le está animando a usar sus dones en beneficio de otros, para bendición de otros, y además en esa práctica los dones espirituales constituyen el medio por el cual Dios nos entrena en la piedad.
¿Cómo ser un buen siervo? ¿Cómo vivir una vida dedicada? El servicio nos coloca en el lugar donde Dios nos quiere, sin falsas pretensiones, recibiéndolo a él como recompensa, y haciéndolo todo con gozo.
Cuando estamos siendo capaces de
vivir en la verdad y ponerla en acción a través de este servicio, solo nos queda permanecer cerca de la cruz.
LA CRUZ
“Por eso nos esforzamos tanto, pues confiamos firmemente en Dios. Él vive para siempre y es el Salvador de todos, especialmente de los que confían en él”, v.10.
LA CRUZ
“Por eso nos esforzamos tanto, pues confiamos firmemente en Dios. Él vive para siempre y es el Salvador de todos, especialmente de los que confían en él”, v.10.
Delante
de la cruz, todos somos iguales. Y a veces la iglesia nos hace
diferentes. Un creyente no debe venir a la iglesia
porque se sepa importante o muy santo, intelectual, preparado, etc. Sino porque se sabe un miserable rescatado por Jesús.
Y en la comunión con sus hermanos experimenta un cambio de carácter y propone una nueva manera de mirar su vida: a través de los ojos de la Cruz. Sabéis, la vida eterna comienza en el momento en el que te pones delante de la cruz y recibes a Jesús como Salvador y Señor de tu vida, y cuando te das un tiempo para escuchar su voz y que su Palabra te transforme para que la gente pueda verlo en ti. Decimos a menudo que el ministerio público de Jesús duró alrededor de tres años. Pero lo cierto es que (cuidado: herejía) el ministerio de Jesús se inició en el preciso instante en el que Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido. En el momento que Jesús era la única alternativa para restaurar la relación del Padre con el ser humano. Jesús se entrenó para afrontar la cruz, la piedad, el amor por todos.
Y en la comunión con sus hermanos experimenta un cambio de carácter y propone una nueva manera de mirar su vida: a través de los ojos de la Cruz. Sabéis, la vida eterna comienza en el momento en el que te pones delante de la cruz y recibes a Jesús como Salvador y Señor de tu vida, y cuando te das un tiempo para escuchar su voz y que su Palabra te transforme para que la gente pueda verlo en ti. Decimos a menudo que el ministerio público de Jesús duró alrededor de tres años. Pero lo cierto es que (cuidado: herejía) el ministerio de Jesús se inició en el preciso instante en el que Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido. En el momento que Jesús era la única alternativa para restaurar la relación del Padre con el ser humano. Jesús se entrenó para afrontar la cruz, la piedad, el amor por todos.
No podemos servir de esta manera, no podemos reproducir todos estos elementos, no podemos vivir así si
dependemos del reconocimiento humano, o de los resultados, de las recompensas
humanas. Una actitud de servicio que sea desprendida, que sea generosa, que sea
anónima si es preciso, que sea hecha de buen grado, eso
solo se vive si vivimos al pie de la Cruz. Donde todo empezó, donde la
gracia se hizo evidente. Donde por gracia fuimos ganados, salvados y sanados. Fuera de allí, prevalecerán todos los criterios humanos
que son comprensibles, lógicos, razonables, todos aquellos criterios
retributivos. Cuánto más humanos sean más nos alejaran del espíritu
propio del Reino de los Cielos. Lo que Pablo le
dice a Timoteo es que todo lo que necesitaba para la vida, para la piedad, para
ser un buen siervo, lo encontraría en la Palabra encarnada. Que Jesucristo es suficiente.
No olvidemos que nuestro modelo para
el servicio es un pobre galileo, que no tenía ni donde reclinar la cabeza,
aclamado por un tiempo por una multitud, pronto olvidado por la
mayoría y finalmente crucificado. Ese es nuestro modelo. No quiero decir que servir al Señor en
cualquier aspecto de la vida sea una tortura. Todo lo contrario, se puede servir con alegría con la condición de que la
perspectiva sea la propia de la gracia. Porque
este galileo resucitó y está sentado a la diestra del Padre, y nos ha dado una
esperanza eterna y una manera de vivir y afrontar la vida que no tiene nada que
ver con la perspectiva que nos ofrece el mundo. Que
nos dice que la vida se nos da para verterla, para darla en otros y por otros,
no para entretenerla (tenerse entre nada). Los talentos que el Señor nos
da son para ministrarlos, para bendecir a otros de acuerdo a los extraños y
sorprendentes criterios del Reino de Dios.
¿Cómo ser un buen siervo? ¿Cómo
vivir una vida dedicada? Mira a la Cruz. Ahí está el modelo.
Deberíamos preguntarnos a menudo
si estamos viviendo en la verdad, si estamos alimentándonos adecuadamente, si estamos siendo de ejemplo para los demás
en nuestra manera de hablar, siendo puros, si estamos sirviendo con alegría, ejercitando nuestros dones. En definitiva, si estamos viviendo una vida
dedicada.
Yo te animo, si estás leyendo esto, y me animo a mí mismo a considerar el
ejemplo de Timoteo, pero aún más el de Jesús. Te
animo a servir y a hacerlo a la manera del Señor. La
recompensa: el abrazo del Señor. Hemos leído como el Señor le decía a
sus obreros: buen siervo y fiel, sobre poco has
sido fiel sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu Señor. Y esta
última parte la solemos interpretar de manera tal vez equivocada y la usamos para cuando alguien fallece, pero no es solo para la muerte. Entra en el gozo de tu Señor. Qué bueno es
acabar el día sabiendo que hemos querido servirle, con nuestras limitaciones,
sí, pero a su manera, y acaba el día y escuchamos esta palabra: ven, entra en el gozo de tu Señor. Y poder responder
diciendo: Cristo es mi pasión, él es mi recompensa.
Texto adaptado del mensaje de Emmanuel Buch Camí a la iglesia Cristo Vive en Marzo de 2019.
Texto adaptado del mensaje de Emmanuel Buch Camí a la iglesia Cristo Vive en Marzo de 2019.
Comentarios
Publicar un comentario