Un reino sin muros.


El 9 de noviembre de 1989 caía el muro de Berlín. Tras 28 años de separación y alrededor de 600 asesinados por intentar cruzar al otro lado, el muro de la vergüenza era derribado por la propia sociedad que había sido dividida y señalada a su vez por aquellos que habían decidido que Alemania debía pagar unas cuantiosas reparaciones de guerra por haber iniciado la contienda allá por septiembre de 1939. Una nueva sociedad se abría paso.

El ser humano quiere ser libre, ha nacido para vivir en libertad. Pero la historia de la humanidad nos dice que es el mismo hombre quien ha privado de libertad a sus semejantes. Así ha sucedido durante siglos. Muchos fueron los que en nombre del honor y la memoria venidera conquistaron territorios desconocidos, anexionándolos a sus reinados, haciéndose cada vez más poderosos y pasando a los anales de la historia por sus épicas batallas y sus innumerables conquistas. Ciro II, Alejandro Magno, Julio Cesar, Atila, Napoleón o Hitler son recordados por usar sus ideales políticos y/o religiosos para influir en su mundo, pero siempre a través de la fuerza, el temor, las armas y la muerte.

En la primera mitad del siglo I un nazareno llamado Jesús fue ajusticiado al haber sido acusado de blasfemia y sedición. Los romanos dominaban la región, aunque dejaban cierta autonomía a las autoridades locales que manejaban los asuntos religiosos. Durante la crucifixión de Jesús, práctica habitual de los romanos, estos colocaron un cartel sobre su cabeza que decía: Jesús de Nazaret, el rey de los judíos, en alusión a la supuesta blasfemia que este había cometido contra la religión judía. Lo cierto es que el pueblo judío estaba esperando que un rey se levantara de entre los suyos y les librara del yugo de los romanos. El personaje de Jesús irrumpe en medio de este clima de dominación y empieza a crearse alrededor de él un grupo de seguidores que le prestan atención y le siguen a donde va, quienes le tienen por maestro religioso. Pronto empezó a anunciar la llegada de un nuevo reinado, el reino de Dios; pero no satisfizo las expectativas del pueblo judío que esperaba que este reinado les otorgase una posición política superior y la supresión de la potestad de los romanos sobre ellos.

Jesús, hijo de un carpintero, proclamó el advenimiento de un reino que no pertenecía a este mundo, y se presentó a sí mismo como garante y realizador del comienzo de dicho reino. En el mensaje de Jesús este reinado no se instauraría de forma política, derrocando al poder vigente, sino de forma personal, en los individuos que entendieran que serían hechos libres para servir a un rey que ellos escogerían libremente por fidelidad en respuesta a lo recibido. Hay más muros dentro del corazón humano que cualquiera que este pueda construir con sus manos. El reino de Dios que anunciaba Jesús era de libre acceso para todo aquel que aceptara la soberanía de Dios sobre su vida.

Corros Arenas, Ángel. 26 de marzo de 2017. Madrid.
Artículo escrito para la facultad Seut. Introducción al Nuevo Testamento.

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