«La Reforma protestante tuvo su origen mucho antes de 1517». ¿Hasta qué punto los movimientos disidentes y heréticos en la Baja Edad Media anunciaron y fueron un prólogo de la Reforma?

1. Introducción

Durante el Alto Medievo el desarrollo del poder papal y el monacato cristiano habían sostenido a la iglesia conservando la religión y cultura cristianas[1], sus formas y sus prácticas. A partir del siglo XI la Iglesia tuvo que hacer frente a grandes corrientes heterodoxas que encontraron en las duras condiciones de la sociedad bajo medieval el terreno donde arraigar[2]. Movimientos de distinto carácter, filosófico, social y/o religioso, que cuestionaron y disintieron de la religión y de los patrones establecidos, impulsados por el deseo inherente al ser humano de conocer y dar explicación a su realidad, y de responder a las necesidades a las que ya ni el papado ni el monaquismo podían contestar [3], atendieron a una creciente insatisfacción con las formas tradicionales de entender a Dios y de vivir cristianamente, en la búsqueda de una nueva espiritualidad más y mejor adaptada a las nuevas necesidades y a los nuevos tiempos[4]

Existieron numerosos y diversos movimientos disidentes considerados como una forma de interpretación de la religiosidad bajomedieval que actuaron como elementos reformadores de la Iglesia y de la sociedad. Algunos surgían con un énfasis en la insubordinación a la autoridad eclesiástica más allá de la distinta opción dogmática, mientras que otros que no pretendían una ruptura con la Iglesia establecida enfocaron sus esfuerzos en renovarla, en reformarla. Por eso podemos decir que entre los movimientos disidentes, unos derivaban en reformadores y otros en heréticos, y que siempre tenía lugar en ese proceso una continuidad [5], hubiera o no una ruptura con la Iglesia oficial. Entender las características de estos movimientos, ya fueran señalados como heréticos por la Iglesia establecida o no, y la influencia que ejercieron se hace vital para la comprensión de la sociedad bajo medieval y los ánimos reformistas que surgieron tanto de la sociedad así como de la propia Iglesia y que pueden entenderse como el germen de la Reforma protestante del s. XVI. Ésta brota del latir de la sociedad bajomedieval, y su teología, sus formas y expresiones surgen a raíz de las preocupaciones de la época[6].

El cuestionamiento del orden social del medievo y de la jerarquía de la Iglesia era uno de los pilares principales sobre el que la disidencia religiosa entendía que se basaba la deseada y radical transformación[7]. Una transformación que se anticipó a la Reforma protestante impulsada por Lutero [8] en la que observaremos cierta herencia de estos movimientos disidentes y heréticos , para entender en qué medida estos movimientos bajomedievales anunciaron y fueron el prólogo de la Reforma de 1517.

 

2. Movimientos disidentes y heréticos en la Baja Edad Media. Recorrido general

En la mayoría de estos movimientos y herejías del Bajo Medievo coexistían unos componentes doctrinales y otros de índole sociológica[9], teniendo gran acogida popular como forma de canalizar protestas sociales, o dirigiendo sus pretensiones reformistas a cuestiones que tenían más que ver con la práctica de la vida religiosa, pero sin llegar a ser adogmáticos. Hablamos de movimientos complejos[10] pero que en algunas ocasiones respondieron a transformaciones sociales y significaron nuevas experiencias en la purificación y saneamiento de la Iglesia. Movimientos populares como la pataría milanesa (1050-1075)[11] en la que clérigos y nobles cuestionaron primeramente las prácticas y abusos de la Iglesia pero que pronto se focalizarían sobre su jerarquía. O el arnaldismo, que enfrentó la simonía y defendió el ideal de pobreza apostólica para el conjunto de la Iglesia. Su representante, Arnaldo, un predicador itinerante que abanderaba un estilo de vida ascética y mantenía la crítica al conjunto de la jerarquía, sus prácticas y el evidente distanciamiento del ideal apostólico, fue condenado como hereje en 1139 y en 1155 fue apresado, juzgado y quemado en la hoguera[12]. Otros basaron su experiencia religiosa y reformista en un enfoque doctrinal heterodoxo, que también atrajo la atención de muchos. El renacido adopcionismo del siglo VIII que ya había sido condenado como herejía en el año 799 por el Concilio de Frankfurt[13]o el averroísmo, del que el obispo Esteban Tempier en 1270 condenó trece de sus tesis[14].

Por otro lado no podemos olvidar que las órdenes monásticas, en su propio desarrollo y evolución, también jugaron un papel importante en el deseo de purificación de la Iglesia y del retorno a un estilo de vida evangélico[15]. En un distanciamiento importante del monacato convencional[16], los ideales de pobreza y sencillez de las órdenes mendicantes o el estricto modo de vida bajo votos de castidad y obediencia dieron respuesta a la necesidad de un ministerio cristiano dirigido hacia una sociedad bajomedieval en crisis, así como había sucedido siglos atrás con los canónigos agustinos o los monjes cistercienses. Las mujeres se unían a las ramas femeninas de las órdenes pero pronto su número fue tal que los conventos tradicionales resultaron insuficientes no solo para albergarlas sino. lo que es más importante, para dar respuesta a la espiritualidad femenina que demandaba de monasterios femeninos o estilos de vida ascéticos alternativos . Empezaron a juntarse en pequeños grupos apartándose cada vez más de la iglesia jerárquica. A estas mujeres se las conoce como beguinas y aunque rara vez se daban a doctrinas erradas[17] fueron consideradas desviadas de la doctrina oficial por sus tendencias místicas. Los frailes dominicos y franciscanos se identificaban con el ideal de pobreza apostólica y representan perfectamente (al menos en un primer periodo) la renovación espiritual que supuso el advenimiento de las órdenes mendicantes[18]. La orden franciscana criticó con dureza al papado y, al igual que los dominicos, convirtieron la predicación en su herramienta esencial para la proclamación del mensaje evangélico en una lucha por arrancarla del monopolio del clero secular y de sus intereses , como también haría el valdeísmo. Este último, nacido en la segunda mitad del s. XII y vinculado claramente con los movimientos anteriores de pobreza voluntaria y de evangelismo extremo[19], mantuvo la constante en los movimientos disidentes de acceder directamente a las Escrituras, y hubiera sido más un movimiento de regeneración si no hubiese atacado directamente el dominio de la jerarquía eclesiástica sobre la predicación[20]. Junto al valdeísmo, la herejía de los cátaros o albigenses es una de las más significativas de toda la Edad Media, extendiéndose desde Europa Oriental a mediados del siglo XII[21], y procuraba igualmente la recuperación de un cristianismo más bíblico.

De entre estos movimientos que tendieron a un mayor radicalismo y no se contentaron con atacar los abusos y costumbres de la iglesia medieval[22] hay que señalar también las figuras de John Wyclif (1329-1384) y Jan Huss (1374-1415). Ambos pasan por ser reformadores antes de la Reforma[23], adalides de sendos movimientos de renovación de la Iglesia: el lolardo [24] y el husita. Wyclif tradujo los evangelios a la lengua vulgar y los difundió por el pueblo llano. Su crítica hacia la Iglesia, y su primigenia radicalidad emanaban de su profunda exigencia de fidelidad a las Escrituras. Jan Huss recibió una influencia directa de los textos de Wyclif, pero puede que fuera un paso más allá no solo en sus ataques hacia la Iglesia sino también hacia la política secular. Fue condenado y quemado en la hoguera por el Concilio de Constanza en el año 1415[25], el mismo que declaró hereje póstumamente a Wyclif[26].

Este recorrido, en buena medida diacrónico, sobre estos movimientos disidentes responde también a la influencia que fueron recibiendo unos de otros, casi siempre sin saberlo, siendo herederos de movimientos anteriores pero a la vez el fuego necesario para el estallido de movimientos posteriores que nos acercan cronológicamente a la Reforma a la vez que nos ayudan a entender lo que en ella estaba ocurriendo[27].

3. Movimientos disidentes como anuncio de la Reforma Protestante del s. XVI

El valdeísmo. En el 1170 aparece el movimiento de los valdenses o Pobres de Lyon con un ideario propio de las corrientes pauperísticas[28] de los siglos XIII-XV que carecían de la influencia socio-política que les hacía peligrosos. Entre sus características más importantes está su interés y consideración del texto bíblico, especialmente por el Nuevo Testamento, como única norma de fe y conducta, que su fundador, Valdo, hizo traducir a la lengua común [29]; su profundo rechazo al concepto del purgatorio y a las misas a los difuntos y los santos pues consideraban que no tenía base bíblica alguna que los sustentara; la crítica al monopolio que ejercía el clero sobre la predicación y el su uso del latín en lugar de la lengua popular; y el bautismo de creyentes, que no encontró respuesta similar por parte de Lutero como impulsor inicial de la Reforma[30]. Sin embargo, la doctrina de la salvación por la fe que Lutero descubrió en la Epístola a los Romanos era diametralmente opuesta a la importancia que los predicadores valdenses atribuían a las obras, y asumir esta enseñanza significaría para los valdenses someter a discusión todas sus tradiciones.

Aunque sobrevivió en continuidad ininterrumpida[31] desde el siglo XII hasta el XVI, para finales del siglo XIV el valdeísmo se encontraba en decadencia sobre todo por las constantes persecuciones a las que tuvo que hacer frente y que pronto orientó el movimiento a la supervivencia. Gracias a una postura radicalmente opuesta a los valdenses, la Reforma consiguió establecerse sólidamente en muchos países europeos: los grandes reformadores convencieron a quienes ostentaban el poder de la conveniencia de tomar entre sus manos la reforma de la Iglesia[32]. El valdeísmo se integró en la Reforma y ha sido considerado, a pesar de todo, su precursor.

John Wyclif. E. Mitre secunda la opinión de que puede considerarse a Wyclif junto a Jan Huss como el punto de partida de la Reforma protestante del s. XVI[33]. Aunque las ideas de Wyclif tuvieron más calado y recorrido posteriormente en la Bohemia de Huss y en el lolardismo, le recojo aquí como principal exponente y precursor de las ideas que sirvieron a Huss para sus propios deseos reformistas. Son muchas las propuestas de Wyclif, entre las más destacables a la luz de la herencia que pudo dejar para la Reforma protestante destaco las siguientes:

  •  Su negación a la doctrina de la transubstanciación tenía matices[34], pues aunque se opuso con firmeza a la presencia real de Cristo sí acepto una presencial espiritual en el pan y el vino[35], en línea con el propio Lutero quien propuso una doctrina eucarística similar: la consubstanciación.
  •  La crítica a prácticas como la simonía, la venta de indulgencias, el celibato, y al bajo nivel del clero.
  • Su interés principal era el de reformar la Iglesia, no crear otra alternativa, ya que en buena medida había surgido de (o se mantenía en) su propio seno.
  • El sacerdocio de todos los creyentes llevado a la práctica radical: El concepto de que todo hombre cabalmente cristiano y toda mujer cabalmente cristiana ejerza el sacerdocio resulta de considerar que la Iglesia es la congregación exclusiva de creyentes íntegros[36].
  • Su traducción del texto bíblico a la lengua vulgar para que todo quien quiera pueda acceder a ella.
  • Y vinculada a la anterior, la primacía de las Escrituras, el énfasis en la sola necesidad de la palabra de Dios para encontrar la salvación, en clara consonancia con la sola scriptura propia de la Reforma.

La figura de Wyclif nos recuerda que entre la Baja Edad Media y la época de la Reforma no existe una brecha tan grande: la continuidad en algunos aspectos es la tónica general como lo es la discontinuidad en otros[37]. La conocida frase de Lutero de que “todos somos husitas aunque sea inconscientemente” manifiesta esa idea de continuidad entre los movimientos disidentes del Bajo Medievo y los inicios no solo de la Reforma, sino de la Modernidad[38].

 

4. Conclusiones

Quien abre una historia de la Reforma se encontrará rutinariamente con referencias a los precursores de la misma. Pero distintos autores y movimientos son nombrados según lo que se considere más característico de la Reforma[39]. Por eso y según lo que se quiera enfatizar podríamos encontrar rasgos comunes entre muchos de estos movimientos anteriormente citados y la reforma protestante del s. XVI: la crítica al poder y riqueza de la Iglesia, el sacerdocio de todos los creyentes, el libre acceso a las Escrituras, etc. Hoy cualquiera puede afirmar que el protestantismo naciente se apoyó en tres doctrinas principales: la de la justificación por la fe, la del sacerdocio universal y la inspiración de la Biblia [40] pero viene al caso preguntarnos en qué medida estas convicciones de la Reforma fueron tanto la culminación como la trascendencia de la historia intelectual y religiosa del medievo[41]. Para Mirte queda fuera de toda duda que la mayor parte de las tesis eclesiológicas del luteranismo habían sido ya expuestas por los reformadores de la Baja Edad Media [42]. Pero no podemos perder de vista lo novedoso de la reacción de Lutero como inicio de la Reforma, y las implicaciones que tuvo no solo en la vida de la Iglesia sino en la propia sociedad. Tal vez no se diferenciara mucho de estos otros movimientos e intentos de reformar, sanear o purificar la Iglesia, o todo lo que propuso es simple herencia. Pero el momento histórico en el que se enmarca la reforma protestante, su contexto social, religioso, intelectual, cultural y político, fueron el caldo de cultivo necesario y apropiado para la propagación de las ideas luteranas y el inicio de la Reforma protestante. Tal vez, al igual que sucede en la parábola de la viuda y el juez injusto, tantos intentos y deseos a lo largo de la historia de la cristiandad de volver a los ideales apostólicos para una iglesia más ajustada al evangelio, diera por fin su resultado. Aunque bien podría también haberse roto el cántaro de tanto ir a la fuente.

 

 

 


[1] Cf. J. L. González, Historia del Cristianismo I, Unilit, Miami 1994, p. 312.

[2] E. M. Fernández, Historia de la Edad Media en occidente, Cátedra, Madrid 1995, p. 387.

[3] Los movimientos de las órdenes menores vinieron también a renovar la vocación religiosa “tradicional” de la Iglesia en el s. XII, en el marco de la espiritualidad mendicante, M. Vidal.

[4] E. M. Fernández (coord.), Historia del Cristianismo. El Mundo Medieval, Trotta, Madrid 2004, p. 386.

[5] E. M. Fernández, «Cristianismo medieval y herejía», Clio & Crimen Nº 1 (2004), p. 37.

[6] M. Vidal, «Historia y cultura. Lecturas del futuro», Ponencia durante el VIII Congreso Evangélico, p.4, https://www.academia.edu/34437991/_Historia_y_cultura_Lecturas_de_futuro_Ponencia_presentada_en_el_VIII_Congreso_Evang%C3%A9lico_Espa%C3%B1ol [Consulta/Acceso: 06/08/20].

[7] E. M. Fernández, «Disidencia religiosa y protesta social» Las herejías medievales, Cuadernos historia 16, nº 66, pp. 5-6, https://saladehistoria.net/biblioteca-digital/historia-16/cuadernos-de-historia-16/ [online] [Consulta/Acceso: 08/01/20].

[8] La Reforma (Lutero, en este caso) tiene un interés algo distinto del “cuestionamiento social y de la jerarquía”. Por un lado, Lutero no es especialmente “progresista” socialmente, como su reacción a la Guerra de los Campesinos muestra. Por otro lado, ciertamente sí fue crítico con la jerarquía, lo cual inadvertidamente para Lutero implicaba cierto cuestionamiento del orden social en tanto cuestionaba el orden simbólico (teológico), M. Vidal.

[9] E. M. Fernández, op.cit. 1995, p. 229.

[10] “Actualmente se tiende a pensar en corrientes que fueron cambiando y evolucionando con el tiempo en función de su propio desarrollo interno, de los contextos históricos y de las influencias externas que recibieron”, E. M. Fernández, op.cit., 2004, p. 387.

[11] E. M. Fernández, op.cit., 2004, p. 390. “La pataría milanesa es el antecedente de los movimientos de protesta de valdenses y cátaros del siglo XIII, aunque estos, por su mejor organización y corpus doctrinal, fueron condenados como herejes”, D. V. Julián y E. A. Ana, Historia Medieval I. Siglos V-XII, Centro de estudios Ramón Areces, Madrid 2014, p. 360

[12] D. V. Julián y E. A. Ana, op.cit. 2014, p. 293.

[13] Mirte define el adopcionismo como “visión de Cristo solo como hijo adoptivo del Padre. Predicado por Elipando de Toledo y Félix de Urgel”, E. M. Fernández, «Disidencia religiosa y protesta social» Las herejías medievales, Cuadernos historia 16, nº 66, p. 30, https://saladehistoria.net/biblioteca-digital/historia-16/cuadernos-de-historia-16/ [online] [Consulta/Acceso: 08/01/20].

[14] E. M. Fernández, Ibíd., p.30.

[15] Guía de Estudio Historia del Cristianismo I. Iglesia Antigua y Medieval, Facultad SEUT, Unidad 12, El Monacato. San Benito, Cluny y las nuevas órdenes, p. 22.

[16] Estos votos siguen vigentes en las órdenes mendicantes. Lo que distingue al monje del fraile es que para el fraile el mundo es el monasterio, y por eso vagan por él. El monje normalmente no sale del monasterio, M. Vidal.

[17] J. L. González, La era de los sueños frustrados, Caribe, Miami 1978, p. 125. “Las beguinas no tenían claras intenciones heréticas pero sí un apasionado interés de formas más intensas de experiencia mística”, N. Cohn, En pos del Milenio, Pepitas de Calabaza ed., Logroño 2015, p. 222.

[18] P. A. Deiros, Historia del Cristianismo: Los mil años de incertidumbre (500-1500), Del Centro, Buenos Aires 2006, p. 143.

[19] E. M. Fernández, op.cit., 2004, p. 401

[20] D. V. Julián y E. A. Ana, op.cit. 2014, pp. 369-370

[21] E. M. Fernández, «Disidencia religiosa y protesta social», Las herejías medievales, Cuadernos historia 16, nº 66, p. 12, https://saladehistoria.net/biblioteca-digital/historia-16/cuadernos-de-historia-16/ [online] [Consulta/Acceso: 08/01/20].

[22] J. L. González, op.cit. 1978, p. 91.

[23] Guía de Estudio Historia del Cristianismo I. Iglesia Antigua y Medieval, Facultad SEUT, Unidad 15, La teología de la Edad Media II: La obra de Cristo. Teólogos y disidentes medievales, p. 24.

[24] La influencia de Wyclif sobre el movimiento lolardo es un poco más compleja pero no hay espacio para detallarlo aquí.

[25] Ibíd., p.32

[26] Guía de Estudio Grupos Cristianos Radicales, Facultad SEUT, Unidad 8, Los lolardos, p. 7.

[27] M. Svensson, Reforma protestante y tradición intelectual cristiana, Clie, Barcelona 2016, p. 19.

[28] E. M. Fernández, Ibíd., p.15.

[29] D. F. Durnbaugh, La iglesia de creyentes, Ediciones Semilla Clara, Guatemala 1992, p. 48.

[30] Lutero tampoco era particular partidario de la predicación “laica”, tal y como la conciben los valdenses. Porque la predicación es la exposición de la Palabra de Dios, la formación académica era imperativa para Lutero. A Bucero y Ecolampadio, reformadores evangélicos, los valdenses les parecieron “rústicos y sencillos”. El sacerdocio de todos los creyentes implica que los creyentes se ministran la Palabra unos a otros, pero no sin controles. La idea de iglesia que tienen los valdenses y Lutero es bastante distinta, M. Vidal.

[31] M. Lambert, Medieval Heresy, Blackwell, 1992, pp. 225-228. (Texto en castellano disponible en el campus online SEUT, p.1).

[32] O. Aceves, Los valdenses. Crónica de una herejía, Heptada, Madrid 1990, p. 146.

[33] E. M. Fernández, «Disidencia religiosa y protesta social», Las herejías medievales, Cuadernos historia 16, nº 66, p. 29, https://saladehistoria.net/biblioteca-digital/historia-16/cuadernos-de-historia-16/ [online] [Consulta/Acceso: 08/01/20].

[34] J. L. González, op.cit. 1978, p. 98-99.

[35] Guía de Estudio Historia del Cristianismo I. Iglesia Antigua y Medieval, Facultad SEUT, Unidad 15, La teología de la Edad Media II: La obra de Cristo. Teólogos y disidentes medievales, p. 27.

[36] Cf. M. Aston, Lollards and Reformers, Hambledon Press, 1984, pp. 60-61.

[37] Guía de Estudio Historia del Cristianismo I. Iglesia Antigua y Medieval, Facultad SEUT, Unidad 15, La teología de la Edad Media II: La obra de Cristo. Teólogos y disidentes medievales, p. 24.

[38] E. M. Fernández, «La disidencia religiosa en el Bajo Medievo. ¿Una forma de contestación social?», en Edad Media: Revista de historia, nº 4 (2001), p.47 [online] [Consulta/Acceso: 20/07/20]. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=209662

[39] M. Svensson, op.cit. 2016, p. 18.

[40] O. Aceves, Los valdenses. Crónica de una herejía, Heptada, Madrid 1990, p. 137.

[41] M. Svensson, op.cit. 2016, p. 20.

[42] E. M. Fernández, op.cit. 1995, p. 395.


Comentarios

Entradas populares