Salto.

Una noche más en vela. Miles de ideas y pensamientos invaden mi mente. Y digo invaden porque no los traigo yo. Yo deseo el sueño. Si solo pudiera cerrar los ojos y dormir. Tal vez entonces otros sueños me asediarían, profundos y ligeros sueños ya conocidos. 


Pensaba que vivir mirando al pasado me impide mirar al futuro con más perspectiva. Y me siento como frente a un abismo: a mis espaldas, tierra firme, territorio conocido. Delante de mis ojos, lo desconocido, un salto al vacío. Recordaba entonces aquella palabras del nazareno: dejad que los muertos entierren a sus muertos. Así, en frío, parece ofensivo, casi inhumano. Cortar amarras, quemar los barcos, no hay vuelta atrás. No sé si el carpintero estaba hablando literalmente de personas. Puede que no. Era fino con sus palabras. Lo que es evidente, y él mismo evidenció, es que ir hacia adelante irremediablemente significa dejar algo atrás. Delante la libertad. Detrás la esclavitud. ¿No es así?

A veces lo que hay por delante da más miedo que lo que ya tenemos detrás. La libertad da miedo, ¡qué paradoja! Y da miedo porque esa libertad exige un peaje: desvivirse. La libertad conlleva riesgo, inseguridad, despojo, peregrinaje, búsqueda, posible fracaso. Pero para esa libertad nos ha liberado el Cristo. Para ser guiados por él, guardados, provistos y acompañados, encontrados y levantados.

Dejad que los muertos entierren a sus muertos. No sé si alguna vez te has preguntado cuánto de muerto estás. Yo sí. Bueno, sé que clínicamente o se está muerto o se está vivo. Pero hay muertos que andan por ahí toda una vida creyendo estar viviendo cuando en realidad nada corre por sus venas. Como para que te entierren. Sentirse frente a un abismo y no saber volar es como estar muerto, porque sigues deseando volver atrás a revisar por donde viniste, cómo fue que llegaste hasta ahí, examinar cada paso. En definitiva, vivir mirando al pasado. Estar muerto. O medio muerto. Esclavo del retrovisor.

En estas últimas semanas he tenido alguna pesadilla de esas que te despiertan sobresaltado después de haber estado intentando despertar. En una de ellas, me encontraba frente a mi abismo y no podía saltar. Había decidido en mi corazón desvivirme para que Su aire viviera en mí, pero la oscuridad me lo impedía, me atrapaba y todo acababa allí, al borde de mi precipicio. Todo lo que estaba por venir, se escapaba como el agua entre mis dedos. Un profundo rencor inundaba mi alma. Y moría. Moría mirando al pasado, enterrando mis muertos. 

Hoy, 22 de mayo de 2020, echado en mi cama junto a mi mujer, y con el poco espacio que me deja Penny, escribo: Que me he desvivido tanto tiempo que solo queda Tu vida en mí. Que ojalá pudiera lanzarme a ese vacío solo, pero que es imposible hacerlo sino es colmado de Tu gracia (¡y porque tengo un vértigo que vaya!). Que quiero odiar tus planes, este lugar frente a la nada en el que estoy, pero quiero la libertad, y eso conlleva inseguridad, despojo. Que estoy harto de mirar el reloj confiando en que Tu tiempo es perfecto, pero no quiero ser esclavo de mi tiempo. Que te odio cuando pienso que puedes arrebatármelo todo y me pones en este trance, pero me miro y a veces comprendo que contigo me basta, Tu gracia me es suficiente. Hoy, 22 de mayo de 2020, te prometo que si me concedes esta hija, te la entregaré a ti. 

Ese es mi sueño. Nunca más será una pesadilla. 

Comentarios

Entradas populares