El discipulado en Lucas, ¿un modelo para los cristianos hoy?


Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar,
y pasó toda la noche en oración a Dios.
Al llegar la mañana,
llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos,
a los que nombró apóstoles:
Simón (a quien llamó Pedro), su hermano Andrés, Jacobo,
Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo,
Simón, al que llamaban Zelote, Judas hijo de Jacobo,
y Judas Iscariote, que llegó a ser el traidor.
Luego bajó con ellos y se detuvo en un llano.
Había allí una gran multitud de sus discípulos
y mucha gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón,
que habían llegado para oírlo y para que sanara sus enfermedades.
Los que eran atormentados por espíritus malignos
quedaban liberados;
Así que toda la gente procuraba tocarlo,
porque de él salía el poder que sanaba a todos.

Lucas 6, 12-19. Nueva Versión Internacional (NVI).


   
1. Introducción

El tema de esta conferencia es El discipulado en Lucas, ¿un modelo para los cristianos de hoy? Considero oportuno entonces preguntarnos si realmente nos preocupa seguir qué modelo en cuanto a hacer discípulos. ¿Es esta una cuestión prioritaria en nuestras iglesias hoy? Si hiciéramos una breve encuesta sobre qué cosas nos preocupan o priorizamos en nuestra iglesia local muchos de nosotros hablaríamos sobre el futuro, sobre cómo encontrar personas dispuestas, el programa de niños, las actividades evangelísticas, etc. Pero hay una pregunta que no nos solemos hacer: ¿Cómo hacemos discípulos?

La realidad es que hemos sido entrenados para construir, servir y dirigir a la iglesia como organización pero la mayoría de nosotros no hemos sido entrenados para hacer discípulos. Un discipulado eficaz es aquel que construye la iglesia, no al revés[1]. Cómo debemos entonces plantear el discipulado es lo que debemos afirmar. Para ello deberíamos definir correctamente qué entendemos por discipulado y cuál es su propósito.

Lucas define un modelo de discipulado claro y conciso por parte de Jesús, donde concreta cuál es la misión de este discipulado y cómo deben ser aquellos que se hacen llamar discípulos. Además, existe en Lucas-Hechos un proceso en cuyo desarrollo se enmarca el énfasis en la continuidad entre lo que Jesús instruyó a los doce que hicieran y lo que los cristianos primitivos entendieron que era una responsabilidad generalizada impulsada por el Espíritu Santo[2]. Para ver el avance del Reino de Dios en la comunidad, para transformar el mundo y llevar a otros al conocimiento de Dios, Jesús hizo discípulos.

Al descubrir en la visión de Lucas sobre el discipulado como este conlleva una serie de actitudes y requisitos que han de acompañar al discípulo, y las implicaciones que esto tiene tanto en su carácter como en el desarrollo de su llamado, podremos entender que realmente este es un modelo que debemos imitar. Seguir a Jesús, ser sus discípulos, no es poner otra carga aún más pesada sobre nuestros hombros, pues solamente podremos lograr perfecta libertad y disfrutar del compañerismo con Jesús cuando su mandato, su llamado al absoluto discipulado, sea apreciado en su totalidad[3].

No hay discipulado cristiano genuino que no resulte de reproducir el perfil del carácter y del vivir del Señor Jesucristo.


2. Desarrollo

      2.1   Poniendo las bases.

Lo primero que deberíamos hacer es saber por qué debemos buscar un modelo de discipulado y si el de Lucas nos resulta adecuado para nosotros a día de hoy. Como creyentes nuestra única norma de fe es la Palabra de Dios. En ella encontramos el ministerio de Jesús que es y debe ser nuestro modelo de vida, de conducta, de fe, y por lo tanto también de discipulado. Jesús centró gran parte de su atención durante su ministerio terrenal en hacer discípulos; sabemos que escogió a doce para estar cerca de ellos y enseñarles todo lo que debían saber. Y después, les encomendó la gran comisión que, por supuesto, nos alcanza a nosotros como discípulos suyos que somos. Lucas no recoge en su evangelio como sí hace Mateo un imperativo a id y haced discípulos (Mateo 28,19) pero sí que apela a su papel como testigos de estas cosas (Lucas 24,48), y así también lo recoge en Hechos (1,8; 2,32). Los discípulos se habían convertido en testigos de Cristo y aportaron un nuevo sentido al significado de la palabra testigo, cuyo equivalente en griego era mártys, de donde viene nuestra palabra “mártir”[4]. Ya digo que para Lucas no parece tanto una orden sino un sentido de responsabilidad que han de cumplir como testigos[5]. Esta responsabilidad les lleva a estar dispuestos a testificar hasta la muerte, si fuera necesario, sellando con su sangre el testimonio de sus vidas. Así, Esteban sería el primer testigo-mártir. Por lo tanto, cuando pensamos en discipulado debemos considerar su sentido a la luz del evangelio, a la luz de la cruz de Cristo.

      2.2   Objetivo.

En la concepción lucana, ser discípulo de Cristo incluye no sólo la aceptación de las enseñanzas del Maestro, sino también una identificación personal con el estilo de vida de Jesús y con su destino de muerte[6]. Con esto como base el discipulado cristiano consiste en que los creyentes se desarrollen y desarrollen un pensamiento verdaderamente coherente con su vida en Cristo. Para Lucas el discípulo ejemplar es el que obedece a Cristo, le imita y aprende a ser como él para reproducir esa vida en otros. Y obedece a Cristo, imitando su carácter, porque él es el Maestro[7]. El concepto de maestro que tenemos en nuestro tiempo es muy distinto al de otros tiempos y al que nos trasmite la palabra de Dios. La Biblia es un libro oriental que describe el mundo judaico; en ese ambiente el maestro era alguien que más que dar enseñanzas concretas, era alguien que enseñaba a vivir. Y en el caso del pueblo de Dios, de los creyentes, a vivir conforme al plan de Dios. ¿Cómo debería ser entonces un discípulo?

      2.3   Características de un discípulo.

Según Fitzmyer, en la concepción de Lucas hay tres reacciones ante la predicación de Jesús y el testimonio de sus discípulos: fe, arrepentimiento, que lleva a la conversión, y bautismo[8]. Si hay una intención de ser discípulos, testigos de la obra y resurrección de Cristo, estos tres aspectos deben ser fundamentales como respuesta al kerygma y el desarrollo posterior del discípulo.

2.3.1       Fe.
Los discípulos de Jesús de todas las generaciones nos hablarían con sus vidas de un seguimiento apasionado del Señor, motivado por el impacto del amor de Dios en sus vidas (2ª Cor. 5,15). Jesús pone ante nosotros una expectativa sublime: conocerle a él, en un conocimiento transformador. Ese era el anhelo del apóstol Pablo (Fil.3, 8-14). Y sólo ese conocimiento impulsa nuestros corazones a seguirle sin condiciones ni reservas. Si nuestro interés por Jesús no va más allá de los tratados de cristología, si nuestras almas no tienen sed del Dios vivo (Sal. 42,1-2), tampoco nuestro discipulado irá muy lejos ni resistirá la presión que implica. Sólo de ese impulso enamorado brota un corazón rendido para seguirle incondicionalmente. La renuncia de la voluntad propia a favor de la voluntad divina y perfecta. No es masoquismo, tampoco es nada fácil en ocasiones, pero vivir para agradar a Dios en cada detalle da un valor y un calado únicos a la existencia en esta tierra y nos abre a la vida eterna[9].

La fe en Jesús entonces solo puede vivirse como des-vivirse[10], renunciar a todo por Jesús y su voluntad. Como dice Kingsbury el discipulado implica dejarlo todo, estar preparado para abandonarlo todo[11]. Tal proceso sólo es posible como fruto de un corazón enamorado: una persona comprometida con alguien. La entrega genuina e ilimitada a una causa sólo es posible cuando anida en el corazón una pasión poderosa: “nada grande se hizo nunca sin una gran pasión” (Georg Wilhelm Friedrich Hegel, filósofo alemán, 1770-1831).

Según la concepción de Lucas, sin una verdadera fe no puede haber un genuino discipulado, ya que la auténtica conversión que viene del arrepentimiento se entiende como un complemento y respuesta de la fe[12].

2.3.2       Arrepentimiento que lleva a la conversión.
Dios no quiere que ninguno perezca (2ª P. 3,9). Él quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1ª Tim. 2,4). Por eso su propio Hijo se hizo uno como nosotros y murió en la cruz, llevando nuestra culpa, para nuestra salvación. Todo aquel que renuncia a su rebeldía y entrega su vida a Dios, es perdonado por Dios, adoptado como hijo, y tiene asegurada su eternidad con Dios. Esa salvación supone la redención cuya idea básica es “liberación”. Esto es el Evangelio y aceptarlo conlleva una manera peculiar de vivir la fe cristiana: ser discípulo, seguir a Jesús. El evangelio nos advierte que nuestra necesidad primera es el quebrantamiento y arrepentimiento de nuestros pecados. Todo discípulo que quiera seguir a Jesús deberá atender a este Evangelio, que es costoso, porque al predicar otro evangelio que se centre en el bienestar inmediato de las personas o en algunos de sus efectos benéficos y no en la cruz, la vida del cristiano se contamina de la llamada “gracia barata”: es la predicación del perdón sin arrepentimiento. Es la gracia sin seguimiento de Cristo, sin cruz, sin Jesucristo vivo y encarnado[13]. No podemos eliminar de la vida cristiana su eje principal que es el seguimiento comprometido de Jesús. La genuina conversión no es un mero recibir a Cristo en nuestra vida como un recurso hermoso de ayuda en los problemas pero que nos permite seguir nuestro camino viviendo igual que antes. La verdadera conversión pasa por entregarle a Jesús nuestra vida y vivir en su voluntad al amparo de su poder transformador. El Evangelio de Lucas incide especialmente en esta idea mucho más que los sinópticos y que Juan, y se convierte en uno de los principales objetivos de Lucas para complementar su evangelio con el libro de los Hechos, que el arrepentimiento está íntimamente relacionado con el perdón de los pecados[14].

El mismo Jesús que nos llama a vivir nos llama también a morir. Los términos en que se enseña esta verdad en el Nuevo Testamento no admiten duda: “negarse a uno mismo (Lc .9,23), “sepultados con Cristo para muerte” (Ro. 6,4), “crucificado juntamente con Cristo” (Ga. 2,20). Aquí se halla la encrucijada que divide el genuino seguimiento de Jesús de cualquier otra apariencia de fe cristiana: la lucha contra el “yo” que se resiste a morir. Lucas lo recoge con absoluta claridad: para ser discípulos de Jesús debemos negarnos a nosotros mismos y seguirle[15]. No hay otra forma.

2.3.3       Bautismo.
Los anabaptistas del siglo XVI enseñaban un triple bautismo: el bautismo interior del Espíritu, el bautismo de agua y el bautismo de sangre. Con este último hacían referencia a la experiencia de tribulación, sufrimiento, persecución e incluso martirio a los que debían estar dispuestos todos los cristianos por causa de su fidelidad a Jesucristo, pero también hacían referencia a la muerte diaria de la carne, la renuncia al yo: “morir al yo”[16]. Paradójicamente, el bautismo de sangre, ese morir al yo para que Cristo sea glorificado en mi vida, no empobrece. Es un morir transformador, dador de nueva vida: la vida del Hijo de Dios en nosotros por la acción real del Espíritu Santo. Y ese es el verdadero propósito de Dios para la vida de sus hijos: que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo[17] (Ro. 8,29).

El bautismo del que nos habla Lucas no se describe como una ordenanza del mensaje de Jesús a los discípulos, y es bien distinto del que encontramos en Juan como una actividad desarrollada por el propio Jesús (cf. Jn. 3,26)  o con el imperativo que Mateo señala de parte de Jesús resucitado (Mt. 28,18). Green define el bautismo como una actividad a través de la cual el discípulo crece en el discipulado[18]. Este crecimiento incluye tanto la identificación con la muerte y resurrección de Jesús como la obediencia a todo lo que Jesús había ordenado a sus discípulos en su ministerio terrenal. Es por tanto ser bautizado una marca del discípulo como legado fundamental de la comunidad primitiva que los cristianos realizaban en respuesta a la fe en Jesucristo. Y aunque resultara infructuoso tratar de encontrar una referencia de parte de Lucas a la necesidad del bautismo, el libro de los Hechos está impregnado de esta idea como una forma típica en la que se expresa el sentido de la proclamación kerigmática.

Aun con todo, el bautismo no es un ofrecimiento hecho por los hombres a Dios, sino un ofrecimiento que hace Cristo a los hombres[19]. En el bautismo, el hombre se transforma en la posesión propia de Cristo, ha dejado de pertenecer al mundo y ha muerto a él. De esta manera, el bautismo significa participar en la cruz de Cristo (Ro. 6,3). Jesús enseñó este principio espiritual de la muerte que trae verdadera vida con un ejemplo muy gráfico: (Lc. 12,24-26). Si no conociéramos anticipadamente el final del proceso, parecería absurdo enterrar una semilla y esperar nada. Pero del “sepulcro” brota un pequeño tallo que llega a ser un árbol lleno de fruto. Así opera también la vida espiritual. A los ojos del mundo Jesús y sus discípulos fueron débiles, hicieron mal negocio, perdieron la vida. Pero los ojos de la fe nos dejan ver una realidad muy distinta: sólo cuando vivimos para agradar a Dios, cualquiera sea el precio, vivimos de verdad.

2.3.4      Quien responde.
El estilo de vida de Jesús es completamente coherente con su misión. Jesús oraba con regularidad. En una ocasión, subió a la montaña a orar y pasó la noche entera orando. Lucas 6 nos describe como Jesús regresó de su tiempo de oración para después llamar a los doce, a los que nombró apóstoles. Lucas insiste en que la oración debe ser una característica del discípulo quien instruido por Jesús mantiene este elemento en la comunidad naciente que narra Hechos[20].

Tenía setenta y dos seguidores a los que envió a trabajar para el reino (Lucas 10), seleccionó específicamente a doce para estar con ellos, pero las multitudes le seguían. Nunca perdió de vista la visión de su Padre de alcanzar a un mundo oscuro y moribundo, pero Lucas ve una distinción entre los discípulos y la muchedumbre[21]. El llamamiento de Cristo al discipulado es un llamado a seguirle: Leví estaba sentado en el banco de los tributos públicos cuando Jesús, al pasar, le dijo: “Sígueme”. Dejó lo que estaba haciendo y le siguió[22]. Jesús es Señor de señores y Rey de reyes, y él ordena que cada persona le siga. Su llamado a Pedro y Andrés (Mt. 4,18-19; Lc. 5,10-11), a Santiago y a Juan (Mt. 4,21; Lc. 5,10-11), Felipe y Natanael (Jn. 1,43), era un mandamiento: “Sígueme”. Jesús nunca le rogó a nadie que le siguiera, era de una rectitud desconcertante. Les ordenó invitándolos. Jesús ordena de la misma manera a cada persona a renunciar a sus objetivos personales, abandonar sus pecados y obedecerle completamente. Simplemente dijo: “si alguno me sirve, sígame” (Jn. 12,26). Jesús esperaba respuesta inmediata.


3. Conclusión

¿Podemos tomar esta perspectiva para seguir un modelo de discipulado? Debemos. Si hay algo que debería cautivarnos del discipulado viene ya dado en el propio significado de la palabra griega mathetes, traducida directamente significa aprendiz. Todo el Nuevo Testamento parece apuntar hacia algo realmente importante al respecto: la necesidad de orientar nuestras vidas a convertirnos en aprendices de Jesús para toda la vida[23]. Nos debe liberar pensar que con el Espíritu de Dios, y con el tiempo, podemos aprender la forma en que Jesús caminó, haciendo las cosas que él hizo mientras nos parecemos cada vez más a él.

Hoy, el discipulado cristiano debería ser una relación personal basada en el modelo de Cristo y sus discípulos, en la cual el maestro enseña la verdad revelada y reproduce en el alumno el carácter de Cristo, de tal forma que el discípulo se capacita para enseñar a otros. Por desgracia es frecuente ver profesores de pintura que no pintan, de literatura que no escriben, un profesor de baile que no baila, un entrenador de futbol que nunca jugó al futbol. No podemos enseñarles a otros cosas que no practicamos. El que es enseñado en la palabra haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye (Ga. 6,6).

Cuando las verdades bíblicas y los mandamientos de Dios no sólo se aprenden sino que se guardan y se viven, lo que queda, lo que perdura, no es sólo conocimiento sino un carácter, un modo de vida: una manera de ser. La enseñanza cristiana auténtica no solo es saber sino también es ser. Podemos aprender de memoria a comportarnos como cristianos o podemos dejar que el Espíritu nos dirija y nos transforme.

El discipulado debe influir de alguna manera en la sociedad no cristiana. El anhelo ardiente de la creación es aguarda la manifestación de los hijos de Dios (Ro. 8,19). Las exigencias internas de la vida comunitaria de la iglesia pueden absorber fácilmente el tiempo, la atención, y robar la perspectiva del discipulado así como de la misión de la iglesia que, según la voluntad de su Señor, consiste en que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones (Lc. 24,47). Reducir la iglesia (o el discipulado) a un fin en sí mismo y procurar su autosatisfacción en sus actividades es pervertir su naturaleza de instrumento de bendición para el mundo, anunciando y encarnando el mensaje de salvación y reconciliación de los hombres con Dios por medio de la cruz de Cristo.




El discipulado en Lucas: ¿Un modelo para los cristianos de hoy?, Ángel Corros Arenas.



[1] M. Breen, Construyendo una cultura de discipulado, 3dm, USA 2009, p. 12.
[2] Selección de textos sobre Lucas, artículo nº 10, p. 44.
[3] D. Bonhoeffer, El costo del discipulado, Ed. Peniel, Buenos Aires 2017, pp. 37-38.
[4] W.M. Nelson (ed.), Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, Ed. Caribe, Nashville 1998, p. 1614.
[5] Cf. J. A. Fitzmyer, El Evangelio según Lucas. Tomo I, Introducción general, Ediciones Cristiandad, Madrid 1986, p. 410.
[6] J. A. Fitzmyer, Ibíd. 1986, p. 407.
[7] Cf. J. D. Kingsbury, Conflicto en Lucas: Jesús, autoridades, discípulos, Ediciones El Almendro, Córdoba 1992, pp. 173-174.
[8] J. A. Fitzmyer, op.cit. 1986, p. 396.
[9] E. Buch, “¿De qué Evangelio somos ministros?”, Alenar, https://emmanuelbuch.blogspot.com/2015/06/de-que-evangelio-somos-ministros.html [online].
[10] Cf. E. Buch, “Soy encontrado por la alegría, luego existo (Homenaje a Carlos Díaz)”, Alenar, https://emmanuelbuch.blogspot.com/2015/06/de-que-evangelio-somos-ministros.html [online].
[11] Cf. J. D. Kingsbury, op.cit. 1992, p. 170.
[12] J. A. Fitzmyer, op.cit. 1986, p. 401.
[13] D. Bonhoeffer, El precio de la gracia, Ediciones Sígueme, Salamanca 1986, pg. 16.
[14] J. A. Fitzmyer, op.cit. 1986, p. 400.
[15] Cf. Lucas 9, 23.
[16] Cf. W. Klaassen, Selecciones teológicas anabautistas, Herald Press, Pensilvania 1986, pp. 130-136.
[17] E. Buch, “¿De qué Evangelio somos ministros?”, Alenar, https://emmanuelbuch.blogspot.com/2015/06/de-que-evangelio-somos-ministros.html [online].
[18] J. B. Green y S. McKnight (ed.), Dictionary of Jesus and the Gospels, InterVarsity Press , Downers Grove, IL y Leicester GB 1992, p. 188.
[19] D. Bonhoeffer, op.cit. 2017, p. 263.
[20] Cf. J. A. Fitzmyer, op.cit. 1986, p. 414.
[21] J. A. Fitzmyer, op.cit. 1986, p. 408.
[22] Cf. J. D. Kingsbury, op.cit. 1992, p. 171; y Lucas 5, 27.
[23] Cf. J. D. Kingsbury, op.cit. 1992, p. 190.

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