Un mar de dudas

Hace ahora casi un año volvíamos a casa en coche desde Madrid. Una tarde algo calurosa, recuerdo. Fue una tarde, una tarde como aquella es difícil de repetir y difícil de olvidar. No voy a reparar mucho en ella, pero sí en el viaje de vuelta a casa, en el que estamos haciendo desde entonces.

Ahora, recordándolo, tengo sensaciones enfrentadas, igual que entonces, salvando las distancias. Recuerdo estar ardiendo por dentro y a la vez sentir que me congelaba. Hoy, de momento, solo siento que me congelo. Es cierto que el tiempo no pasa en balde y cosas que hace un tiempo se veían tan nítidas, en el presente parecen tornarse difuminadas, casi en un aspecto tan borroso que es imperceptible su figura. Como cuando esas figuras de hielo se derriten y sabes que ahí había una forma perfecta y ahora parece cualquier otra cosa menos aquello que antes viste. A eso me refiero. Siento que estoy ardiendo y siento frío.

Aquella tarde, con el volante entre las manos, iniciamos una conversación de esas tan importantes que nunca sabes cuando es un buen momento para iniciarla. Tal vez por eso últimamente se suelen dar en el coche, donde no hay escapatoria para ninguno de los dos. Sentados en una misma dirección no podemos sentirnos torpes, y nos miramos para decirnos las verdades aun a pesar de quitar los ojos del camino.

Recientemente nos hemos hecho especialistas en verdades, de esas absolutas. Casi todas suelen ser verdades tan aplastantes que apenas dejan un hueco por el que respirar. Lo cierto es que hay una verdad verdadera, la que nos hace libres, que emerge de cualquier derrumbe por muy estruendoso y pesado que resulte. Pero cuesta abrazarla. Yo sé que a ti te cuesta, y a mí también. Decimos cosas que sabemos que son reales pero casi con la boca pequeña, con miedo a equivocarnos. Queremos andar pero tememos tropezarnos. Que humano. ¿No nos hizo Dios así? Humanos que confían en lo sobre humano.

Personalmente, temo afirmar categóricamente mis convicciones por ahorrarme la equivocación. Temo confiar plenamente por ahorrarme la decepción, la honrosa derrota de someter mi voluntad a la de otro, aunque ese otro sea el mayor otro que hay en el universo. Es otro. Me he negado en multitud de ocasiones la posibilidad del reproche, del reproche sincero por cierto, no fuera a ser que tuviera razón y me encontrara frente a mi verdad de frente. Un reproche me coloca frente a la verdad que no quiero asumir. No puedo, no estoy cerca y no tengo el modo de solucionarlo por mis medios. Esa es la realidad, aplastante, verdadera.

Hoy de nuevo hemos hecho recuento, y las cuentas no salen por ningún lado. La verdad, otra, es que no tienen que salir, y nunca van a salir. Hay imposibles que no hay manera de posibilitar, ni de contarlos, ni con ábaco ni con los dedos de las manos ni aún con una calculadora de esas científicas que, lo cierto es, nunca supe usar. Se escapan a todo razonamiento humano. Creo que a él tampoco le salieron las cuentas cuando me miró de cerca. Apostar por mí era derrota segura y no le hizo falta la calculadora. Pero sabía lo que hacía, lo sabe todo. Tal vez él juegue con ventaja.

Lo cierto en todo esto es que me siento agotado, andando este camino que hemos elegido que es estrecho, difícil casi siempre, se enreda, hay pasos elevados y poca sombra donde cobijarse. Y sé que en ocasiones me falta el aire, no encuentro aliento para mí pero lo invento para ti. Eso es caminar juntos. La carga sigue existiendo mas compartiéndolo se hace ligera.

Si todo fuera tan sencillo como lo es estar a tu lado, confiar también lo sería. Confiar en lo que no se ve, en lo que ha de venir cuando no hay más sol que el que tapan las nubes. Eso de confiar, ¡qué difícil se ha vuelto! Pero torno mi mirada desilusionada hacia atrás y sería muy injusto, algo más, puede que miserable y poco agradecido no reconocer las buenas intervenciones de Jesús en nuestra vida. La nuestra, tuya y mía a la vez, y las nuestras desde antes que fuera la nuestra. Cómo no mirar agradecido tras verse agraciado tantas veces. Sería muy rebuscado y en lo sencillo encuentro mayor comodidad. Una comida sencilla, una mesa sencilla, una ropa sencilla. Comodidad.

Ahora entiendo que mis razonamientos se derrumban ante la sencillez del amor que hemos recibido. Sencillo ahora que lo tenemos pero incomprensible si miramos a través, solo a través de la duda feroz, del rencor  y las dudas. No es sensato. A pesar de lo común del sentido menos común. Y ahora, a esta altura del viaje quiero volver atrás, hasta aquella tarde, y quemar todas las naves. Sentir ese fuego aún cuando lo común es estar helado. ¡Qué disparate! Pues sí, pero es el riesgo que preferimos aceptar a ser tan prudentes que nos convirtamos en estatuas de sal.

“Cabe un mar en este vaso gris de sentimiento ahora que decido que te ocupes de mi tiempo. Llegó tu amor, tan empeñado, cuando estaba adormecido y despistado; y quedo yo para contarte que ya no tengo el valor de ser cobarde”.

Comentarios

Entradas populares