Breve comentario a Letty M. Russell, La iglesia como comunidad inclusiva. Una interpretación feminista de la iglesia.

Breve comentario a Letty M. Russell, La iglesia como comunidad inclusiva. Una interpretación feminista de la iglesia. Capítulo 2, Liderazgo alrededor de la mesa.

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Después de la lectura del texto de Letty Russell, La iglesia como comunidad inclusiva, se me plantean algunas dudas con respecto a la concepción de la iglesia cuando la miramos desde el punto de vista de los que la autora llama los oprimidos. Encuentro entonces que, según la perspectiva de Russell, la iglesia estaría dominada por “los señores” quienes mantendrían bajo su influencia al resto de fieles, en los que engloba a mujeres, personas de otras razas, orientación sexual e incluso otros hombres. De ser así, evidentemente se producirían muchas tensiones en la iglesia como idea general y en mi iglesia de manera particular. Gracias a Dios no sucede así.


Russell ofrece como solución a este problema utilizar una teología feminista que ayude a crear una concepción de iglesia válida para quienes comparten la perspectiva de las mujeres que luchan por lograr la plena humanidad de todas las mujeres, junto con los hombres. Así, ensalza los estilos feministas de liderazgo a los que atribuye buenas cualidades en la búsqueda de la libertad y plena humanidad, frente a los llamados estilos patriarcales de liderazgo a los que considera vacíos de objetividad y llenos de poder.

Aun con todo, estoy de acuerdo en que el desarrollo de la labor ministerial de la mujer se ha visto cada vez más limitado y negado en la medida en que la iglesia se ha ido institucionalizando y convirtiendo en algo ajeno a lo que fue en su origen. Si el modelo de liderazgo ha sido el causante de este retroceso en el papel de la mujer, efectivamente no podemos hacer más que señalarlo en la búsqueda de un modelo más próximo al mensaje de Jesucristo. Pero creo que al señalar este estilo con el término “patriarcal” se está cargando de connotaciones negativas impropias de la naturaleza de la comunidad cristiana, frente a la idea de que el estilo “feminista” es la solución. Entendiendo que la idea de feminismo no es la de llevarnos al otro extremo sino buscar el equilibrio justo, tampoco veo el argumento de Russell valido para nuestras iglesias hoy ya que, como menciona en el capítulo leído, las comunidades exclusivas de mujeres también acaban por cometer los mismos prejuicios y el mismo ejercicio de poder sobre las otras mujeres, normalmente por motivos raciales como explica en la idea de la mesa triangular sobre las treinta y nueve mujeres.


Negar que existen tensiones sobre la participación igualitaria en la iglesia sería descabellado, no solo por lo que he leído al respecto sino por la realidad de muchas mujeres y hombres en nuestras iglesias. Pero creo que el problema no está en la concepción patriarcal o no del liderazgo sino en un liderazgo mal entendido. Añado como el término “líder” nació en la literatura empresarial de los EEUU con el “boom” industrial. Los empresarios, que por cultura eran protestantes, adaptaron el concepto a la vida de iglesia como parte de la restructuración cultural que hubo del sueño americano. Creo que las únicas traducciones de la Biblia al castellano que incorporan el término “líder” son a partir de 1990 en adelante y todas tienen como epicentro los EEUU latinos, nunca las realizadas en España. El original griego, como señalan los especialistas, tampoco usa este término, por lo que la concepción de esta idea viene de las cualidades que se le presupone a un líder. Ahora bien, yo me pregunto si en lugar de líderes que lideran hablamos de responsables que responden y se responsabilizan[1]. Personalmente me suena más acertado en vista al modelo de Cristo y los discípulos.

La metáfora de la mesa que usa Russell me parece acertada siempre y cuando dicha mesa no esté limitada en número. Ahora bien, debemos ver esa mesa desde la apertura, la inclusión y la igualdad que nos ofrece Cristo a todos y sin distinción con su sacrificio redentor. La mesa debe ser símbolo de unidad, una unidad inclusiva. Normalmente nos unimos en grupos de afinidad: partidos políticos, afinidades sociales, gustos, equipos deportivos. A ningún hincha del Real Madrid se le ocurriría pasar una tarde en una Peña Atlética. Sus colores incluyen al igual pero rechazan al otro. La mesa y en relación directa la iglesia no debe ser así, no está pensada para ello, ya que lo que nos une no es lo que podamos hacer o tener cada uno de nosotros sino lo que Cristo nos ha hecho a cada uno. En la mesa descubrimos que a nuestro lado hay hermanos y hermanas que han sido agraciados de igual manera con la adopción por parte de Dios a través de Jesús que, como nuestro hermano mayor, nos recibe en la mesa como iguales.

Ahora al ser iguales la cuestión del liderazgo o dirección no puede quedar en manos de unos pocos. Una idea que me resulta fácil de entender es la de “el señor del cortijo”: algunos pastores hacen de la iglesia su cortijo personal, donde deciden quién les sirve y cómo les sirve. Esto dista mucho no solo de la realidad del ministerio de Cristo sino de la concepción de la iglesia como familia de Dios. Cómo es aquello, “en cada familia se cuecen habas”. Bien, comprender que cada comunidad tiene una serie de características que pueden facilitar la inclusión en el liderazgo/dirección de toda persona sin excepción por raza, edad, sexo es tan sencillo como entender lo contrario. Pero debe haber una respuesta para cuando esas circunstancias cambien y la iglesia no permanezca inmutable ante las nuevas posibilidades.

Por todo lo dicho esgrimo que no solo debe haber una participación variada de hombres y mujeres en la dirección (predicación, etc.) del culto sino que este hecho hace del liderazgo un lugar accesible para todos. En la iglesia se reúnen personas de distinto tipo y no podemos esperar que la dirección quede solamente para unos pocos, ya sea por su nivel intelectual, capacitación ministerial, o lo que sería aún peor, por su capacidad económica o de poder. Si Cristo nos hace libres e iguales mediante la aceptación de su perdón no podemos señalarnos por encima unos de otros negando el crecimiento ministerial de otros hermanos. Creo que una iglesia que no invierte en el crecimiento de sus jóvenes, la capacitación de sus responsables y la inclusión de toda la comunidad en la vida ministerial de la  misma acaba por convertirse en un grupo elitista para unos pocos que dirigen la iglesia a su conveniencia y que, tarde o temprano, acabaran por creerse que aquella comunidad es de su propiedad. El líder debe ser el primero en servir, el primero en ser señalado, el primero en ser cuestionado; como sucedió con Jesús. Todo director que pretende ser más que aquellos a los que dirige acaba por ser “el señor del cortijo”.



[1] Idea desarrollada por Emmanuel Buch Camí.

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