Dios no se ha olvidado de mí

En estos últimos años hemos visto como muchas personas han pasado por tiempos complicados, tiempos de incertidumbre, de soledad, y de mucho dolor. Tiempos que han dejado de manifiesto que cuando sufrimos estas circunstancias difíciles, de incertidumbre, soledad o dolor (ya sea físico o espiritual) todos buscamos algo o alguien confiable a quien agarrarnos, algo que nos de certezas, que nos haga compañía y que nos sane el dolor.

Lo cierto es que si bien ya no tenemos tanta preocupación con el tema Covid, seguimos viviendo un tiempo difícil, de mucha inestabilidad social y política. Vemos a diario en las noticias y/o en los periódicos verdaderos dramas. Y ya no solo en las noticias, que a veces podemos llegar a abstraernos porque nos toca un poco de lejos, también en lo más cercano hay familia, amigos, hermanos en la iglesia que están pasando momentos complicados, personas que cargan con problemas de salud constantes, pérdidas, etc. Y es en esos momentos, como decía antes, en los que el ser humano y especialmente el creyente se pregunta ¿Dónde está Dios? ¿Se ha olvidado Dios de mí? ¿Es que no está viendo lo que me está ocurriendo? ¿Tan ocupado está para no atenderme? Y de algún modo buscamos en Dios una respuesta, incluso un responsable de lo que está ocurriendo. 

Hay algo muy curioso en todo esto porque una encuesta del CIS sobre cuestiones de actualidad y religión dice que:

 Preguntados por cómo se definen en materia religiosa, el 38% de los encuestados se manifiesta católico no practicante, y el 16% niega la existencia de Dios.

 El 55% dice no creer en el cielo, y un 64% no creer en el infierno.

 Un 49% de los encuestados dice que Dios no le da sentido a su vida; un 68% dice que las personas pueden hacer bastante poco para cambiar el curso de sus vidas; 

y un 47% dice que no existe un Dios que se preocupa por cada ser humano personalmente.

Si juntamos entonces una situación de incertidumbre, de dolor o soledad con la idea de que Dios no se preocupa por mí personalmente, lo que tenemos como resultado es devastador, es una vida a la deriva, sin propósito, sin garantía, sin nada ni nadie que nos ampare.

Esta idea de que Dios no se preocupa por nosotros, por los seres humanos, no es nueva. En la filosofía existe una corriente de pensamiento que afirmando que Dios existe, y es creador de todo, no puede o no quiere intervenir ni involucrarse con su creación. Es decir, que todo funciona bajo unas leyes establecidas por este mismo Dios creador, donde determinados acontecimientos se desarrollan y están en marcha gracias a una serie de normas fijadas pero que no pueden ser alteradas por Dios. En lo que se refiere a las personas, al ser humano, este es creación de Dios y le ha dado libertad, pero de igual manera Dios se mantiene al margen de su realidad. Los hombres y mujeres están sujetos a su destino.

Pero lo cierto es que la Biblia nos muestra un Dios bastante distinto. En Salmos 31,15 podemos leer: En tu mano están mis tiempos.

Otras versiones dicen en tu mano está mi vida, o mi destino está en tus manos.

Y es en base a esta declaración del salmista que me gustaría  ver cómo este Dios sí que se preocupa por su creación, sí que está interesado en mí personalmente, y ver entonces cómo la Biblia, más concretamente en la persona de Jesús de Nazaret, responde a algunas de estas preguntas que nos hacíamos antes: ¿Dónde está Dios? ¿Se preocupa por mí?

En el evangelio según Marcos (Mc. 6,45-52) encontramos una escena que nos sirve para aprender tres enseñanzas que nos van a ayudar en estos momentos en los que nos preguntamos si Dios nos ha dejado solos.


1. APRENDIENDO A CONFIAR

En primer lugar me gustaría ver cómo las circunstancias nos ayudan a aprender a confiar.

Empieza el relato diciéndonos que Jesús hace subir “en seguida” a sus discípulos a una barca e ir a la otra orilla, mientras él se despide de la multitud. Jesús da órdenes a los discípulos de ir por un lado mientras él se ocupa de otra tarea. Podemos llegar a pensar que Jesús deja al margen a sus discípulos en esta ocasión y que él quiere ocuparse de otra cosa sin contar con ellos. Pero vemos que unos versículos antes el mismo Marcos nos cuenta como Jesús había alimentado a más de 5.000 personas con tan solo cinco panes y dos peces, en cuya ocasión había contado con sus discípulos y estos habían sido testigos y copartícipes de aquel milagro. Ahora, después de haber pasado buena parte del día con la multitud, enseñándoles, dándoles de comer, donde además los discípulos habían servido a aquellas personas, Jesús les dice a sus discípulos que se vayan, y que lo hagan “en seguida” como si aquello ya no fuera con ellos.

¿Qué corría tanta prisa?, ¿Por qué ese sentido de urgencia?

Hay dos cosas que debemos tener en cuenta aquí. La primera es la consecuencia inmediata a la realización del milagro de alimentación de los 5000. Dice Juan 6,14-15 en el mismo contexto del milagro de la alimentación:

La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía: - De veras este es el profeta que había de venir al mundo. Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro para estar solo.

Aquella multitud se entusiasmó y su intención era proclamar rey a Jesús, y posiblemente los discípulos también se contagiaron de aquel entusiasmo. Jesús tenía prisa porque podía haberse visto envuelto en aquella multitud que le adulaba y le quería ensalzar como rey y eso no podía suceder. El plan de Dios debía cumplirse a su tiempo. Era evidente que la gente necesitaba un rey, era evidente que los discípulos necesitan un maestro al que seguir, un líder, pero no de la manera que ellos pensaban. Jesús ya era rey, y no se habían dado cuenta. Jesús vino a darles alimento, pero no solo pan y pescado.

Juan 6,35: Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.

En segundo lugar leemos que Jesús se fue al monte a orar. No quería que la presión, ni las necesidades inmediatas de aquella multitud le apartaran de lo principal. Jesús tenía prisa y se apartó para orar; Jesús aparta un tiempo para buscar y entender la voluntad de Dios Padre.

“Tengo tanto que hacer, que no puedo continuar sin pasar horas diariamente en oración”, Martin Lutero.

Si Jesús mismo, Dios hecho hombre, necesitó de tiempo especial a solas con el Padre, cuanto más nosotros. Es fundamental la oración en intimidad con Dios. Comunicarnos de manera estrecha con él, para encontrar su voz de manera clara y notable en nuestras vidas. No dejemos que el ruido de la multitud, del trabajo, del día a día, de los problemas nos impida comunicarnos con Dios, escucharle, atenderle.

La oración nos convierte en exploradores en un territorio no explorado. Del mismo modo que el arado prepara el campo para plantar la semilla que transformará la tierra, la oración crea la vida y la transforma. Orar es cambiar. Cuando oramos Dios nos muestra de manera lenta y bondadosa nuestros lugares escondidos, y nos libra de ellos; nuestras oraciones débiles y egocéntricas. En la oración comenzamos a pensar como Dios piensa, a desear lo que él desea, a amar lo que él ama. Progresivamente se nos enseña a ver las cosas desde su punto de vista. A trabajar con sus herramientas. A preparar el campo. A andar el camino. La oración es algo que se aprende, un entrenamiento. Podemos recordar cómo los discípulos piden a Jesús, “Maestro, enséñanos a orar”. Los que corren ocasionalmente, los runners, no entran de repente en la carrera olímpica. Los verdaderos corredores se preparan y entrenan durante años, y así debemos hacer nosotros. Los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar (Lucas 11,1) pues si su oración había de producir alguna diferencia en el escenario humano, ellos necesitaban aprender a orar.

Jesús tiene prisa, entiende que está sujeto a la soberanía de Dios en su vida y eso le hace buscarle en oración. Se queda solo para orar y manda a sus discípulos que vayan a la otra orilla. Y es en versículo 47 donde sucede algo que merece que nos detengamos un momento.

Mc. 6, 47. Y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y Jesús solo en tierra.


1.1 LOS DISCÍPULOS EN MEDIO DEL MAR

Jesús se queda para despedir a la multitud. Los discípulos suben a la barca y se les hace de noche en medio del mar. La barca con los discípulos en el mar, y Jesús en tierra. Los discípulos en aquella barca mientras Jesús parece ajeno a ellos. Es posible que esto fuera lo que pensaron entonces los discípulos de Jesús en aquel momento: “Oye, que Jesús nos ha mandado ir a la otra orilla, él se ha quedado allí y se nos ha hecho de noche en medio del mar, y mira en la que nos hemos metido”. Y sabemos que varios de los discípulos que iban con Jesús eran experimentados pescadores. Pero la noche, la oscuridad, la soledad, la incertidumbre, son igual para todos.

¿Qué nos dice esto a nosotros, qué podemos sacar de aquí?

Estoy convencido de que por muy expertos pescadores que seamos, por muy seguros que estemos de nosotros mismos, hay situaciones en nuestras vidas que llegan de repente, sin esperarlo, como llegó la noche para estos discípulos de Jesús, que además no podemos olvidar que estaban haciendo lo que Jesús les había pedido. Estaban cumpliendo con la voluntad de Dios, ¿no es así? Y cuando llegan estas situaciones nos encontramos en medio del mar, a oscuras, y nos parece que Dios se ha quedado en la otra orilla ocupado en otras cosas mientras nosotros nos esforzamos por llevar nuestra barca a tierra firme, sin ni siquiera poder ver la orilla porque la noche es tan oscura que solo somos capaces de distinguir la barca en la que estamos metidos; la enfermedad que estamos sufriendo, los sueños que no se acaban de cumplir.

Seguro que todos hemos escuchado y/o dicho en algún momento frases como estas:

“Para eso vine yo a este país, para mendigar un trabajo”.

“Después de todo lo que he estudiado no voy a conseguir el trabajo que quiero”. 

“Con todo lo que te he servido, Señor, no vas a darme lo que te pido”.

En el libro del profeta Jeremías, a quien se le asignó el sobrenombre de “el llorón” por el tono lastimero de mucha de sus ruegos a Dios, encontramos unos de los versículos más poderosos y liberadores a este respecto:

Jeremías 29,11. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.

Y si seguimos leyendo en el pasaje de Marcos el versículo 48 nos revela algo que necesitamos saber.

Mc. 6, 48. Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos.

Viéndoles. Jesús les estaba viendo. Jesús estaba viendo a sus discípulos en aquella barca remando en contra del viento. Y dice el texto que era cerca de la cuarta vigilia de la noche. Por lo que sabemos parece que podrían ser entre las 3 y las 6 de la mañana. Por lo que sí se habían subido a la barca y mientras estaban remando se hizo de noche, vamos a suponer que oscureciera cerca de las 9 de la noche, llevaban remando en la barca al menos 6 horas. Seis largas horas remando en contra del viento, cansados, a oscuras. Les debieron parecer las seis horas más largas de sus vidas.

Seguro que alguna vez te has sentido así, remando en contra del viento dentro de tu barca, incluso cumpliendo la voluntad de Dios, por qué no en la misma barca de Dios, y aun así has tenido la sensación de estar solo, a oscuras en el mar. ¿Dónde está Jesús?

Decíamos antes que Jesús se apartó a orar. Pero a ¿orar por qué, por quién?

1.2. JESÚS NUESTRO INTERCESOR

Jesús mantuvo un estilo de vida en oración que nos revela quién es, pero también el carácter de un verdadero hijo de Dios. Y Jesús se apartó a orar siempre antes de momentos en los que debía afrontar un reto, o tomar una decisión importante, en momentos de dificultad:

o Antes de nombrar a los doce, Lucas 6

o Tras la muerte de Juan el bautista, Mateo 14,13

o Después de ser bautizado por Juan y antes de ser tentado por satanás, Lucas 4,1.

Pero por otro lado puede que la característica más destacable del modo de orar de Jesús la encontremos en sus oraciones a favor de otros.

Romanos 8,34. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

Juan ‭17,9-12; 17-18‬: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.

Jesús intercede por nosotros. Le habla a Dios Padre de ti y de mí. Todo el tiempo de esfuerzo que habían pasado los discípulos, él les estaba viendo pero además estaba intercediendo por ellos. Jesús estaba orando por sus discípulos.

Jesús se queda solo, sube al monte y ora por sus discípulos. Y no llegó cuando le esperaban, llegó cuando ya era de noche y habían estado remando mucho tiempo, más de seis horas. Llegó en su tiempo. Y a veces nos decimos unos a otros que “los tiempos del Señor no son nuestros tiempos”. Durante muchos años he odiado esto, no podía soportar que nadie me dijera “los tiempos del Señor no son nuestros tiempos”, se me revolvía el estómago. Porque además, ¿dónde dice esto la Biblia? En todo caso podemos decir que la Biblia nos enseña que todo tiene su tiempo y que si estamos en manos de Dios, él es quien tiene lo mejor para cada momento. Y efectivamente, todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora (Eclesiastés 3,1). Y si todo tiene su hora, lo que nos toca hacer es esperar a que esa hora llegue.

Espetar. Con el tiempo, uno descubre que Dios no te hace esperar, ni siquiera te hace aprender a esperar, Dios te hace aprender a confiar en él. Cuando te preguntes dónde está Dios, recuerda que él no te ha dejado, y no solo no te ha dejado sino que te está mirando y nos ha dado a Jesús que ora por nosotros.


2. DIOS HACE COSAS QUE NO ENTENDEMOS

Cuando pasamos por momentos complicados, creo que esto es una de las cosas que todos podemos afirmar: “Dios, no entiendo que estás haciendo”. Es verdad, muchas veces Dios obra de formas que no comprendemos. Así les pasó también a los discípulos.

Mc. 6,48. Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles.     

¿Por qué les había dejado solos para ahora venir a ellos andando sobre el mar? ¿No habría sido más fácil haber estado con ellos en la barca desde el principio, esperarles en la otra orilla?

“No te entendemos, Jesús, ¿qué estás haciendo? Necesitamos llegar a la otra orilla, ¡ayúdanos a remar!”

Jesús, el que estaba sentado a la diestra del Padre descendió para darnos vida y una razón de vivir. Algo milagroso, algo sobrenatural, algo que solo él podía hacer. Jesús se acerca sus discípulos en el momento más complicado. Jesús estaba mostrando todo su poder para hacer entender a los discípulos, y también a nosotros hoy, que no hay dificultad que impida que Cristo se manifieste con poder en nuestras vidas. No hay nada que pueda impedir que Cristo se manifieste con poder en las vidas de los que le aman. ¿Tú le amas? Él tiene poder.

2.1. YO SOY, NO TEMAS

Mc. 6,49-50. Viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron; porque todos le veían y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!

Imagina por un momento la escena. Los discípulos creyendo ver al fantasma del lago, gritando de miedo, y Jesús acercándose a ellos despacio les dice: “Tranquilos, soy yo, no tengáis miedo”.

Jesús estaba declarándoles que él era capaz de calmar su miedo. Que él era el mismo YO SOY que dio seguridad a Moisés para cumplir con su llamado:

Éxodo 3,14: Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

Jesús se presenta y se identifica del mismo modo cuando llega andando sobre el agua. “Yo soy, no temáis”. Y no es la única vez que Jesús se define así:

YO SOY el Pan de vida, Juan 6,35.

YO SOY la Luz del mundo, Juan 8,12.

YO SOY la Puerta de las ovejas, Juan 10,7.

YO SOY el Buen Pastor, Juan 10,11.

YO SOY la Resurrección y la vida, Juan 11,25.

YO SOY el Camino, y la verdad y la vida, Juan 14,6.

YO SOY la Vid verdadera, Juan, 15,1.

Jesús es Dios. “Yo soy”, es una afirmación que revela la identidad de Jesús. Una afirmación tan corta como poderosa. Así lo percibieron también tiempo después los soldados que fueron a apresar a Jesús, que al oír las palabras de Jesús declarando ser Dios se cayeron.

Juan 18,6: Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: YO SOY. Y estaban también con ellos Judas, el que le entregaba. Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra.

Palabras con poder del Dios de poder. Dios te dice a ti también, “Yo soy”. En medio de tus problemas, “Yo soy”, en medio de tus dudas, “Yo soy”, en tus temores, “Yo soy” en la búsqueda de tus sueños, “Yo soy”.

Y hay otra expresión con la que Jesús acompaña este Yo soy, y es “no temas”. En la Biblia se recoge “no temas, no tengas temor” unas 365 veces en todo el texto bíblico. Una para cada día del año. Que promesa tan grande tenemos en Jesús que en medio de nuestras vidas, de aquellas cosas que no entendemos, cada día tenemos la certeza de que él nos infunde aliento, nos dice: “no tengas temor, yo estoy contigo”.

¿No es más fácil cuando caminamos de su lado, en la certeza de que él está con nosotros?


3. CERCA DEL SEÑOR TODO ES MÁS FÁCIL

Mc. 6, 51. Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban. Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.

En situaciones límite puede que Dios solo quiera mostrarnos su gloria, ya sea para darnos la solución que esperamos o para acompañarnos en la espera. Y leemos que Jesús subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Esto sería un gran alivio para los discípulos pues ya no tenían que seguir remando en contra del viento. Pero el texto no dice que dejaran de remar. Esta misma escena lo encontramos también en el Evangelio según Juan con unos matices que nos van a ayudar.

Juan 6,21: Con gusto lo recibieron en la barca, y en un momento llegaron a la tierra adonde iban.

Hay algo aquí que es precioso. Dice con gusto le recibieron. Como ya he dicho, el texto no nos dice que dejaran de remar, lo que sí nos dice es que en un momento llegaron a donde iban. Seguían en la barca, seguían remando, tal vez ya estuviera amaneciendo y desde el momento en que Jesús se subió a la barca el viento desapareció. Aquello que les impedía seguir adelante ya no estaba, ya no era un problema. Ahora la barca sí que avanzaba. Y tal vez Dios nos ayude a aliviar el problema pero tengamos que seguir remando. O no nos dé la solución que esperamos. Pero la certeza de su compañía es inestimable, incalculable, magnífica. Milagrosa.

¿Qué hay en nuestras vidas que no nos deja avanzar?

En la oscuridad de la noche es muy difícil distinguir el camino a seguir. En la oscuridad de mi pecado es imposible distinguir con claridad al Señor; a veces ni siquiera puedo distinguir al que está conmigo en la barca. Necesito que Jesús venga a mi barca, reconocerle, porque solo él puede quitar lo que está impidiendo que mi vida avance, solo él puede poner luz en las tinieblas. Y es muy probable que estas tinieblas nos estén impidiendo ver que Dios siempre ha estado a nuestro lado, obrando de maneras extraordinarias, día a día. Así fue como les pasó a los discípulos. Acababan de presenciar un verdadero milagro al ver como Jesús daba de comer a 5000 personas. Pero además ahora le habían visto andar sobre el agua. ¿Aún no se habían dado cuenta de quién era la persona que tenían al lado? Y nosotros, ¿nos hemos dado cuenta ya de quién es este Jesús a quien decimos creer, amar y seguir?

Los dos milagros requerían del mismo poder. Y a veces nos asombra la forma maravillosa en la que Dios cuida de nosotros y nos olvidamos de que él siempre nos está cuidando de ese mismo modo extraordinario.

El mismo Dios capaz de crear, sustentar y ordenar el universo, capaz de crear millones de especies de animales diferentes, capaz de acompañarte, capaz de sanarte, de darte un trabajo, de restablecer tu familia, de restaurar las ruinas, de crear algo nuevo donde todo está destruido, de darte aliento. Ese es Jesús. Vamos a estar cerca de Jesús, que suba a nuestra barca, que quite nuestro pecado y que se muestre con poder en nuestra vida. Porque Jesús es Dios de milagros.

Seguro que tienes milagros que contar en tu vida en los que Dios se ha mostrado con poder, y que han resuelto el camino más fácil. Pequeñas intervenciones de Dios a tu favor que marcan una gran diferencia. Grandes prodigios que solo pueden hacerse a través de su mano. Cuéntalas, escríbelas en un papel para no olvidarlas, márcalas en tu corazón y que sirvan como símbolo de que él está cerca, siempre está cerca. Dios no se ha olvidado de mí.


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