Joven, toma el relevo.

Durante los últimos meses hemos invertido bastante tiempo y esfuerzo en presentarnos nuevos retos, nuevas cosas para aprender, nuevas perspectivas desde las que mirar lo que ya sabíamos. Pero también hemos dedicado buena parte del tiempo en hacer esto mismo con otros, especialmente en animarles y retarles a asumir responsabilidades, a tomar el relevo.

Con todo, pensaba en la importancia de no cometer el error de equivocarme a la hora transmitir la idea de tomar el relevo, pues a veces pensamos que eso implica pensar en el liderazgo. Tal vez hay que dejar algunas cosas muy claras con respecto a tomar el relevo para no confundirnos. Porque a veces podemos llegar a pensar que cuando hablamos de tomar el relevo estamos refiriéndonos exclusivamente a ocupar un puesto de liderazgo, estar al frente de algo. Y tal vez Dios nos está llamando a eso, y nuestro don sea el de liderazgo. Pero puede que no sea así, que ni Dios te está llamando a eso, ni que tú estés llamado a ser un líder, que no sea el don que tienes y que entonces solo se vaya a provocar una situación de angustia con respecto a tomar responsabilidades, y esto llegue a ser una carga realmente pesada. Porque a veces lo que nos ha llevado a asumir una responsabilidad ha sido motivaciones de todo tipo como pueden ser llenar un vacío de autoestima, para ser reconocidos, para ser más visibles, porque no hay nadie que quiera ocuparse de esto, porque nos lo ha pedido el pastor, o para sacar algún tipo de provecho o beneficio propio.

Sinceramente hoy estoy convencido de que tomar el relevo no tiene nada que ver con ser líder. Y sí, la palabra líder está muy manida y se ha usado incorrectamente en no pocas ocasiones (tanto como su ejercicio). Y digo que no tiene nada que ver con ser un líder porque ya sabemos que el liderazgo también está considerado como un don del Espíritu, y sería absurdo pensar que en una iglesia, así como dentro de un grupo pequeño de crecimiento, todos tuviéramos el don de liderazgo, que todos estuviéramos llamados a estar al frente, que todos y cada uno hiciéramos y nos enfocáramos en lo mismo. Seríamos como un ser monstruoso con un cuerpo y muchas cabezas. Y en definitiva la iglesia, la comunidad de creyentes, no se trata de eso.

En realidad, no voy a descubrir nada nuevo ahora, pero la iglesia está formada por personas que siguen a Jesús. Un  Jesús que nos llama a seguirle, a ser sus discípulos, y que por eso también nos llama a hacer discípulos. No nos llama a ser líderes, sino que nos llama a seguirle. Y, claro, a hacer que otros le sigan. Ahí se encuentra el verdadero significado de tomar el relevo, y es eso lo que debemos estar preparados para tomar. Sí, hay muchos prismas desde los que mirar, muchas formas de hacerlo. No se trata (solamente) de evangelismo, de pastorear, de tener buenos programas formativos; pero de lo que sí se trata es de ser discípulo de Jesús y de hacer y vivir lo que Jesús hizo y vivió.

Y este es un buen punto desde el que partir. Digo más, es el punto de partida necesario: saber que soy un discípulo de Jesús. 


¿QUIÉN SOY?

Para para poder tomar el relevo, para poder seguir a Jesús es imprescindible saber quién eres. ¿Te has preguntado alguna vez quién eres? No solo tu nombre, sino lo que eres completamente, lo que te da identidad, lo que realmente es la esencia de tu ser.

Cada vez se da más importancia a conocer nuestra identidad. Identificarnos con algo, con alguien nos ubica, nos relaciona y nos muestra quienes somos en realidad. Estoy de acuerdo, aunque con algunos matices. Porque en demasiadas ocasiones nuestra identidad pasa por filtros temporales, algunos gustos o sentimientos; y otras veces se limita a enfocarse en aquello que hacemos. Un discípulo de Jesús en primer lugar debe encontrar su identidad en su relación con Dios Padre. Es gracias a su Espíritu que hemos sido adoptados por Dios, y es por eso que en nuestro "carné de identidad espiritual" pone: "Ángel Corros hijo de Dios por medio de Jesús y el Espíritu Santo". Y como hemos recibido esa identidad, ahora vivimos en correspondencia con ese Espíritu, quien además de darnos identidad nos dota de elementos y capacidades espirituales únicas que solo provienen de lo más alto: nuestros dones espirituales. Entonces, aquello que gracias al Espíritu Santo podemos hacer sí dice quienes somos: Somos sus hijos, y su Espíritu obra en nosotros y a través nuestro.

Bueno, a estas alturas me atrevería a decirte que eres un discípulo de Jesús. ¿Qué te parece esta definición? ¿Es completa, o se le podría añadir algo más?

Déjame contarte un poco más. Antes decía que Dios no nos ha llamado a ser líderes, o no a todos. Pero bueno, esto es una verdad a medias. Es cierto que Dios nos ha llamado a seguirle y nos ha entregado dones por medio del Espíritu Santo para la edificación de la Iglesia; y el liderazgo estaría incluido en la lista de dones espirituales que el Espíritu Santo nos regala. Bien, ¿pero porque digo entonces que es una verdad a medias que Dios no nos ha llamado a ser líderes?

Voy a ilustrarlo con un pasaje de la Biblia que seguro ya conozcas, y que se encuentra en Marcos 6,30-44.

Entonces los apóstoles se juntaron con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado.
El les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer.
Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto.
Pero muchos los vieron ir, y le reconocieron; y muchos fueron allá a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él.
Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.
Cuando ya era muy avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada.
Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor, y compren pan, pues no tienen qué comer.
Respondiendo él, les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos le dijeron: ¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?
Él les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y al saberlo, dijeron: Cinco, y dos peces.
Y les mandó que hiciesen recostar a todos por grupos sobre la hierba verde.
Y se recostaron por grupos, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta.
Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió los dos peces entre todos.
Y comieron todos, y se saciaron.
Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces.
Y los que comieron eran cinco mil hombres

Está claro que Jesús ordena a sus discípulos, está claro que es Jesús quien realiza el milagro para dar de comer a aquellas gentes. Y está claro también que los discípulos (seguramente los doce, pues dice el vs. 43 que recogieron doce cestas llenas) estaban allí porque seguían a Jesús. De hecho, podemos leer en el texto que la intención de los discípulos era bien distinta a la de Jesús: ellos querían que Jesús despidiera a toda aquella gente y después marcharse de allí. Pero le seguían y le tenían por maestro, y entonces hacen lo que Jesús les pide. Siguen a Jesús. Y esto nos lleva a poder decir que cada uno tiene su papel, su identidad: son seguidores de Jesús.

Pero cuando se trata de Jesús, vaya, todo es desconcertante, todo se da la vuelta como una de esas atracciones de feria que te dejan con la cabeza colgando.

El evangelio de Marcos recoge la petición e invitación de Jesús a sus discípulos: dadles vosotros de comer (v. 37). Jesús era la persona a la que los discípulos seguían. En medio de toda esa gente que también seguía a Jesús para escucharle había doce personas a las que el mismo Jesús había llamado sus amigos y los había encomendado tareas de manera especial. Y en esta ocasión no iba a ser distinto: dadles vosotros de comer.

¿No te parece esto una invitación a tomar el relevo? Jesús no estaba diciendo, "oye, ocupaos de esto que yo tengo cosas que hacer, ¿quién quiere ser el líder?, ¿quién se ocupa?, ¿Tú, Pedro?, ¿Santiago, Juan?" Ellos eran sus discípulos, sabían quiénes eran y sabían quién era Jesús. Y Jesús hace algo que solo él sabe hacer de esta manera: dadles vosotros de comer. Es una orden y una invitación a la vez. Es desconcertante, pero retador.

Pensaba entonces en la situación que se estaba viviendo en ese momento. Y estoy seguro de que los discípulos también tenían hambre, pues llevaban todo el día caminando de un lado para otro siguiendo a Jesús, estarían agotados de caminar con esas sandalias, cansados y sedientos, y no habían tenido tiempo para comer. Pero estaban allí de pie mientras que los otros cinco mil fueron recostados. Así lo leemos en en evangelio de Marcos. Doce personas para servir a 5000. No hay catering en el mundo que pueda solventar esta tarea con éxito. Pero ellos estaban allí de pie con las cestas vacías esperando a que Jesús las llenara. Y Jesús los bendijo, y bendijo sus cestas, lo que ellos trajeron delante de Dios. Cestas de comida que no se agotaban.

Ya conoces el resto del relato. Jesús obra un milagro. Pero hay algo que no podemos dejar pasar. Jesús hace un milagro, bien, los discípulos dan de comer a toda aquella gente, correcto. Pero ni Jesús ni los discípulos comen de lo que habían repartido. Un discípulo piensa en alimentar a los demás, en servir a los demás en primer lugar. Y si crees que tu don es el de liderazgo, pues déjame que te diga que el líder piensa en servir en primer lugar, incluso a los que están parados, recostados, a los que vienen a calentar la silla.

Tomar el relevo de Jesús no es solo seguirle y servirle a él, también es servir a los demás, es cuidar de los demás. Tomar el relevo es trabajar duro en aquello que Jesús te pide. Tomar el relevo es dar provisión cuando la mayoría se encuentran sentados esperando a ser servidos.

Aquellos discípulos, después de un día largo, sirvieron, trabajaron duramente para dar de comer a 5000 personas. Y sí, entonces, al final del día, se dieron cuenta de que había doce cestas llenas. Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces (Mr. 6,44).


MANÁ PARA COMPROMETIDOS

¿Puedes imaginarte a los discípulos sirviendo a 5000 personas? Creo que por mucho se escapa de nuestra imaginación. 5000 personas es mucha gente. El relato nos cuenta que la multitud había estado siguiendo a Jesús todo el día. Y que llegada la noche se encontraban en un lugar deshabitado. 

Cuando ya era avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada (Mr. 6,35).

El desierto es un lugar difícil, duro, y en el que no quisiera estar mucho tiempo. Creo que a los discípulos les ocurría algo parecido. Allí no había nada, y ya sentían hambre y sed. Seguramente llevaban horas caminando bajo un sol abrasador, y si la hora era avanzada entiendo que pronto se haría de noche, y en el desierto las noches son frías. Había que volver pronto a casa para comer y refugiarse. Pero estaban allí por Jesús. Y Jesús estaba con ellos.

Esto me traía a la cabeza que no era la primera vez que tanta gente andaba por el desierto siguiendo a Dios. Seguro que recuerdas al pueblo de Israel saliendo de Egipto vagando por el desierto durante cuarenta años.

Y el Señor iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche (Éx. 13,21).

Un desierto. Personas siguiendo a Dios. Una necesidad. Parece que no era la primera vez. Pero allí estaban. Y Dios estaba con ellos.

Los discípulos ya se habían dado cuenta de que seguir a Jesús no era tarea fácil. Me agoto solamente con imaginarles sirviendo pan y pescado a 5000 personas. Seguir a Jesús no es posible si no contamos con la ayuda de Dios. Necesitamos a Dios, y de Dios, para seguir a Jesús cada día. Ir detrás de él bajo el sol abrasador, escuchar y obedecer lo que nos pide y, aún más, ir con una cesta entregando comida a otros sin saber cuándo podré comer yo.

Pero hay una buena noticia, y es que Dios también tiene comida para los comprometidos. Y es una comida especial, una que solo él puede preparar. 

Voy a hacer que les llueva comida del cielo [...] Este es el pan que el Señor nos da como alimento (Éx. 16, 4 y 15).

Así como Dios proveyó de maná para el pueblo de Israel durante su travesía por el desierto, él también tendrá maná para los comprometidos. Y ya sabes, ellos recogían maná en el desierto para cada día sin saber qué era aquello; y se nutrían con él para seguir avanzando caminando detrás de Dios. Dios alimentó a toda una generación de israelitas a base de maná durante 40 años. Aquellos a los que Dios alimentó con maná entraron en la tierra prometida. Aquellos que creyeron en él con la fe de un niño. Los que siguieron detrás de él. Los que salieron de Egipto como niños estaban ahora preparados para luchar contra los gigantes solo a base de comer maná.

No podemos atravesar el desierto sin la ayuda de Dios, así como no podemos seguir a Jesús sin la ayuda de Dios. Dios te ha dado su Espíritu que te ha dotado de capacidades espirituales para servir y seguir a Jesús. Como una nube de humo por el día, como una columna de fuego por la noche Dios está contigo, no vayas sin él. Aliméntate de él. Prueba su maná para comprometidos, no querrás probar otra cosa. Porque él es el maná, porque él es suficiente.


JOVEN, ES EL TIEMPO.

No permitas que nadie menosprecie tu juventud; antes, sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza (1 Timoteo 4:12).

Voy a confesar algo: estoy cansado de escuchar que los jóvenes no son comprometidos. Sobre todo porque después de pensar en el joven Timoteo y en algunos otros ejemplos bíblicos (y otros no tan bíblicos) esto no parece ser la norma. Pero es que además, fíjate lo que hay en 1 Juan 2,14b: 

Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.

¿¡Eh, has visto!? La Biblia dice que somos (¿me permites que me incluya aquí?) fuertes y que la palabra de Dios permanece en nosotros. No somos débiles. Y no somos la parte difícil de pastorear de la iglesia, no somos los conflictivos, los despreocupados, los no comprometidos. Pero no nos relajemos. Nuestro llamado es a ser comprometidos, a ser impulso y motor de la misión, de la iglesia, no simples espectadores.

Si los jóvenes tomáramos más iniciativa en la misión dentro de la iglesia toda la iglesia saldría beneficiada porque la palabra de Dios permanece en nosotros.

Cuando uno es joven le cuesta menos cambiar, asumir retos, asumir reformas. Ya de adultos nos hacemos demasiado maduros, más duros. Y sucede algo parecido en la iglesia. A veces la tradición, la costumbre se ha impuesto al viento fresco de la Palabra. Seguro que alguna vez has escuchado aquello de "esto se hace así porque siempre se ha hecho así; no vamos a cambiarlo ahora". Los jóvenes somos más abiertos y estamos más dispuestos a recibir Palabra fresca, nos gusta el riesgo, no tenemos nada que perder.

Si hay algo que me preocupa y me entristece aún más es ver que generaciones de jóvenes se han perdido y otras que no han aceptado su responsabilidad dentro de la iglesia, bien porque no hayan querido o bien porque no les hayan dejado, que es aún peor. Y tal vez los adultos, los maduros, no nos hayan tomado en serio (no los culpo) porque no siempre hayamos tomado en serio el encargo, no hayamos tomado en serio la Palabra de Dios y sus implicaciones para nuestras vidas.

Los grandes movimientos de reforma de la cristiandad se iniciaron desde el deseo de volver a la Palabra de Dios, de ser fieles a lo que en ella se encuentra. Un deseo de eliminar las costumbres aprendidas, las tradiciones mal entendidas, y volver a los principios básicos del Evangelio. Eliminar puertas y cerrojos de castillos construidos por los más duros que tal vez hace ya tiempo que dejaron de entender la cultura en la que ahora viven y dejaron de reformarse, cerraron las ventanas al aire fresco.

Y no quiero expresarme mal. Nadie sobra en el cuerpo de Cristo. Todos necesitamos luces que van delante y que alumbran. Porque todos tenemos una misión que cumplir, y lo haremos juntos como un cuerpo, mayores y jóvenes. Como iglesia de Cristo. Una iglesia reformada que siempre se reforma para cumplir con la misión a la que ha sido llamada. Pero joven, es el tiempo de tomar responsabilidades, de ser impulso y motor de la misión de la iglesia. Y serás diferente volviendo a Dios y a la fuerza que Dios te da para seguir adelante y tomar el relevo.

¿Estás preparad@ para tomar el relevo?

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