Respuestas ante la gracia
Echando un vistazo rápido a la carta a los Filipenses vemos que al comparar el
versículo 1 del capítulo 1 con el final de capítulo 4, podemos ver que Pablo
concluye la carta de una forma similar a la forma en que la empezó, con una
referencia a “la gracia de nuestro Señor Jesucristo”. La misma gracia que transformó a Pablo, que pasó de ser
perseguidor de la iglesia a ser su apóstol (1:7; 3:6) es la que sostendrá a los
filipenses mientras buscan seguir firmes en un mismo propósito, luchando
unánimes por la fe del evangelio (1:27). Esta (frase) bendición es mucho
más que una simple fórmula rutinaria puesta al final de la carta porque
así lo manda el protocolo. Sirve para dejar en las mentes de los filipenses el
mensaje de que el evangelio, porque revela la gracia de
Dios, es ´buenas noticias´ y razón para gozarse en el Señor. Pero también, que
esta gracia de Dios es costosa porque le costó a Dios la vida de su Hijo, y lo
que le costó tanto a Dios no puede ser barato para nosotros, no puede quedarse en nada, sino que produce en nosotros una respuesta.
Definición de Gracia. Cuando queremos entender el significado de un
término en el Nuevo Testamento como es este de la gracia debemos ver como está determinado su uso en el griego del
primer siglo y luego ponerlo a la luz del Antiguo Testamento. Con todo,
la plenitud de la revelación de Dios, en Jesucristo, en el Nuevo Testamento es
tal que a menudo un término adquiere un sentido que rebasa ampliamente las
expresiones anteriores. Comprender la gracia
divina, no tanto por considerar el significado en el AT y NT sino para ver en
los contextos donde se haya la gracia obrando.
En el Antiguo Testamento leemos por ejemplo como José halló
gracia en los ojos de Potifar (Gen. 39,4), o Rut delante de Booz (Rut 2,10),
indicando como una persona podía recibir el favor de sus superiores. En el Nuevo Testamento cobra un significado más cercano al de
agradecimiento, un don, un beneficio. Nosotros solemos definir la gracia
como el favor inmerecido de Dios; es
correcto pero no está adecuado a lo sublime del concepto. La gracia se presenta no solo como un favor, sino como una
potencia, llegando a ser Dios obrando libre y poderosamente en bien de los
hombres que nada merecen, al solo
impulso de su amor. No podemos olvidar que se trata de la gracia del
Dios omnipotente, soberano y que
pone en movimiento todos los recursos de
su Ser para la consecución del plan de redención.
Esta
gracia en términos prácticos significa servir y seguir a Cristo, conformar mi
vida al significado y al tamaño del regalo recibido. No podremos
corresponder a Dios jamás, no se trata de eso. Se trata
de vivir conforme a la gratitud que sentimos hacia Dios. La gracia es el don de
la vida cristina que nos obliga a seguir
a Cristo.
En Filipenses 4 podemos encontrar al
menos tres respuestas ante esta Gracia,
tres resultados de como los filipenses que estaban siendo perfeccionados en la
buena obra que el Señor comenzó en ellos, estaban entendiendo el precio de la
gracia y estaban poniendo en práctica una vida de alto coste. Tres respuestas que al igual que los filipenses nosotros hoy también debemos dar a esta gracia inmerecida.
RESPUESTA
1: LA GENEROSIDAD
-- No pocas veces todo empieza con el hombre en el espejo. La a veces negativa antropología de Martín Lutero definía al hombre como encerrado en sí mismo (encorvado) y al acecho frente al otro. También Lutero consideraba que la revelación de Dios en la cruz era la base de su teología: Dios revela su poder en la debilidad de la cruz. La idea de Dios encarnándose para amar a los que no merecen su amor nos debe hacer pensar en la manera que vivimos. Las consecuencias de la teología de la cruz para el creyente deben ser ese espejo donde mirarnos: si Cristo sufrió por mí, ¿hasta dónde estoy yo dispuesto a llegar por otros? El ser humano "casi" de manera instintiva mira por su seguridad, pero también por su comodidad. Cristo desechó toda seguridad y comodidad para darnos la oportunidad de nuestras vidas. Está claro que si todas las decisiones que debamos tomar las hacemos mirándonos al espejo, no tomaremos en cuenta jamás a Jesús como ejemplo. No todo empieza con el hombre en el espejo. Todo empieza y acaba con el hombre en la cruz --
“Ninguna iglesia participó
conmigo en mis ingresos y gastos, excepto vosotros; Incluso a Tesalónica me
enviasteis ayuda una y otra vez para suplir mis necesidades”. Fil. 4, 15-16.
La
primera de las respuestas a la gracia de
Dios recibida que podemos ver aquí por los Filipenses y que nos sirve como
enseñanza a nosotros también es la generosidad. La generosidad como actitud
ante la vida, ante cada circunstancia. Visto
desde una perspectiva humana, en términos humanos, ser generosos implica dar de
aquello que tenemos a otros, compartir lo nuestro con los demás.
Alguno podría decir entonces que
este tipo de generosidad es un gesto corriente, y por qué no pensar entonces
que la generosidad no es exclusiva de los creyentes,
de los hijos de Dios. Mirando algunas estadísticas podemos ver:
- España es el líder mundial en donaciones de órganos. En España se realizan una media de 13 trasplantes diarios lo que ha hecho que durante los últimos 25 años España lidere esta lista.
- Un estudio de la Federación Europea del Banco de Alimentos dice que España dona 153 millones de kilos de comida cada año.
- En España, entre 1998 y 2011, 60.000 menores de 18 años fueron adoptados por familias españolas, lo que en 2015 convirtió a España en el tercer país del mundo que más adopta.
- En el año 2016 las distintas asociaciones benéficas ONG´s recaudaron más de 456 millones de euros de donaciones de los españoles, casi un 40% del total de su financiación.
- La mitad de la población española, un 51%, afirma haber ayudado a un desconocido, y cerca del 33% ha donado dinero a alguna entidad con fines caritativos durante el último mes.
- Sin embargo, solo un 14% declara haber participado en actividades de voluntariado (¿tal vez porque implica una implicación activa?)
En
España hay generosidad, al menos de alguna forma así lo dicen las
estadísticas. Por otro lado los más pesimistas podrían ver claramente en el ser
humano la generosidad dentro la fórmula acción-reacción, la generosidad entendida como la causa de algo en la
búsqueda de un beneficio propio en cualquier gesto o intención: consciente o
inconscientemente, yo doy esperando conseguir algo a cambio. No pocas
veces este tipo de generosidad significa gestos vacíos, entendidos como la causa de
algo, de la búsqueda de un beneficio propio. Hago esto o aquello porque me
siento bien, o porque desgravan.
Cuando pensamos en la generosidad
en términos del Reino de Dios, de la generosidad como
una respuesta, como la consecuencia y no como la causa, hablamos de darnos a los demás, de entregarnos, de
sacrificarnos. No podemos hacernos llamar cristianos si nunca hemos
renunciado a nuestros planes por acercarnos a otro. No podemos llamarnos
discípulos de Jesús si nunca hemos escogido el bien de otros aun a pesar de que
nos costara tiempo o dinero. Si jamás he renunciado a
mí mismo por el bien de otros, no puedo decir que Jesús es mi ejemplo de vida.
Este es el tipo de generosidad que debemos poner en práctica. Evidentemente que este es un ejercicio que solo puede hacerse
por medio de la obra del Espíritu Santo, y está en el
primer lugar como una respuesta a la gracia inmerecida que Dios nos da.
¿Por
qué digo que es una respuesta a la gracia inmerecida?
El
evangelio según Lucas narra la escena en la que Jesús es invitado a
comer en casa de Simón el fariseo. Una vez allí, entra en la casa una mujer, a
la que Lucas llama de mala reputación, que ante la mirada de todos se sienta
detrás de Jesús. Y dice Lucas que sus lágrimas
bañaban los pies de Jesús y los secaba con sus propios cabellos; los besaba y
finalmente derramó sobre ellos un perfume que llevaba guardado en un frasco de
alabastro (Lucas 7, 36). Conocéis
el resto de la historia. Ante el reproche de Simón, Jesús narra la parábola de
los dos deudores, a los que el amo les perdonó su deuda, siendo la de uno diez
veces más que la del otro. La pregunta es: ¿Cuál de
ellos amará más? “Por lo cual te digo que sus
muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le
perdona poco, poco ama” (vs. 47). Esta generosidad en términos
divinos es siempre respuesta del amor recibido, de la gracia encontrada en la
obra de Jesús. Entonces, como respuesta al gran regalo
recibido, no podemos pretender ser de los que entregan lo que nos sobra,
porque como dice Alejandro Sanz, “dar
solamente aquello que te sobre nunca fue compartir sino dar limosna”. El apóstol Pablo diría aún más: “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y
aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos
más, sea amado menos” (2ª
Corintios 12,15). Pablo se pone como ejemplo:
“Lo que aprendisteis y
recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con
vosotros”. Fil. 4, 9.
Está claro que Pablo realizó una
gran labor misionera, o como se dice ahora de plantador de iglesias. Pero sí hay algo que Pablo hizo fue amar generosamente,
pastorear, cuidar, entregarse por causa del evangelio. Y bien haríamos en atender también nosotros al ejemplo
del apóstol. Lo que nos está diciendo Pablo de él
mismo y del ejemplo de los filipenses es que la generosidad debe medirse
siempre en términos del amor.
“Tan
grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no
sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis
llegado a sernos muy queridos”. 1ª Tesalonicenses 2,8.
El apóstol Pablo no escribía a
impulsos de un romanticismo infantil; no habla del amor como un sueño
romántico, ñoño, de película de Hollywood. Hablo del tipo de amor que se mostró
en la cruz. Pablo sabía bien, como bien lo sabréis vosotros que las relaciones
humanas son complejas, en ocasiones crueles. La esencia
de la Generosidad es el amor, el amor a todos; claro, una práctica de amar que
se alimenta del amor recibido por Aquel que ama incondicionalmente. Pero, ¿cómo podemos amar de esta manera? Para
intentar al menos descubrir el cómo deberíamos primero definir el qué.
1. ¿Qué es el
amor?
Los griegos
distinguían al menos tres tipos de amor: el fileo (el amor
fraternal), el eros (el amor romántico), el ágape (el amor
sacrificial).
Usamos
la palabra “amor” con significados diversos, de modo que conviene subrayar que
el amor en el Reino de Dios se define como entrega, sacrificio. Un
teólogo francés del siglo XIV (Johannes Tauler) escribe que la naturaleza de Dios, su carácter, es darse.
Y nada revela mejor esa manera de amar sacrificialmente
con mayor nitidez que la cruz de Cristo. Romanos 5,8: Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros. Y el modo de
amar que el Espíritu Santo desarrolla en la vida de los hijos de Dios no puede
ser distinto: amar sacrificialmente, costosamente, ministerialmente,
generosamente. Esa es la cultura del reino de Dios y la consecuencia del
amor recibido: La cultura del don, la cultura de la gracia.
Jesús se
aparece resucitado a los discípulos y le pregunta a Pedro ¿me
amas? Jesús usa la palabra ágape; y Pedro le contesta, tú sabes que te amo, pero los que entienden de esto dicen que Pedro
le responde con fileo. Claro que le
amaba pero aún no había entendido la dimensión de su amor y la forma en que
Jesús esperara que Pedro lo amara.
2. ¿Cómo amar?
Pablo dice en Romanos 12,9: el amor sea sin fingimiento.
Si nos vamos al original griego, los que entienden
del griego antiguo dicen que Pablo usa aquí la palabra ágape. Y
además, nuestra traducción al castellano ha introducido el verbo ser, pero el
texto original realmente lo que está haciendo es definir cómo es el amor sin
fingimiento. Diría algo así. El amor sin
fingimiento (dos puntos) y pasaría a enumerar la forma en la que se ama sin
fingimiento. Los que fingen, los actores, eran los llamados hipócritas, los que
iban con máscara. No podemos ponernos máscaras para
relacionarnos en amor con nuestros hermanos en la fe. Y por eso Pablo describe los comportamientos que nacen
del amor sincero, sacrificial, como comportamientos naturales del amor. Para amar así debemos en
primer lugar:
Desviarnos del camino. En términos prácticos podemos decir que amar es desviarnos de nuestro camino, cambiar nuestra agenda
en favor de otro. El sacerdote y el levita de la parábola (Lc. 10, 25-37) no ayudaron al
hombre medio muerto en la cuneta porque no quisieron apartarse de su camino.
El Levita y el
Sacerdote, dos destacados representantes de la observancia de la ley no ayudan
al hombre que había sido totalmente despojado y se encontraba aparentemente muerto,
por temor a contaminarse. El simbolismo del sacerdote y el levita no
es de impiedad ni de crueldad, sino de anteponer formalismos rituales a la
misericordia y el perdón. No habían entendido el amor de Dios.
El camino de
Jerusalén a Jericó era un camino que muchos de nosotros no querríamos hacer:
era un lugar peligroso.
Martin Luther King lo definió muy bien cuando dijo en palabras del sacerdote «Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar?» Pero luego, el samaritano vino a él. E invirtió la pregunta: «Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué va a pasar con él?»
Lucas
10, 31: Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita,
llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de
camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas.
Doliéndonos con otros. Considerar el dolor de otro como nuestro dolor, poner al otro,
el “tú” delante de mí. Y robándole la frase a un pensador algo más moderno diré
que es más cristiano decir “Me dueles, luego
existo”; desde esta perspectiva, amar puede ser
nombrado como con-dolencia, es como decir al otro: “tú me dueles” y por tanto
moverme en su favor, como gracia. Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren
con él; y si un miembro es honrado, todos los
miembros se regocijan con él (1 Corintios 12,26).
Compasión. Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que
impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Nace de
dentro.
La palabra del
hebreo que recoge esta idea apunta a las entrañas, y recoge el carácter de Dios:
“la
entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc. 1,78). La compasión tiene
que ver con la capacidad de sufrir con el otro. No podemos eliminar muchas de las circunstancias que
causan dolor a quienes nos rodean, pero al menos podemos ofrecerles el consuelo
de una cercanía amorosa.
Esta manera de amar no es solo
una decisión. Es indudable que nadie puede hacer esto de la noche a la mañana.
Es más que una decisión; es un remover espiritual que
nos coloca delante de la realidad de la Cruz y nos dice cómo hemos de amar.
Si nuestra generosidad va a depender de lo que hagan los demás con nosotros,
entonces jamás seremos generosos.
Pablo expresa su agradecimiento por
el pensamiento de amor que había hecho que la iglesia de Filipos le enviara
dádivas. Y hay un versículo, el 8 que nos hemos dejado y al que volvemos
ahora porque tiene su lugar también.
“Por lo demás, hermanos, todo lo
verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo amable, todo lo que es de
buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.
Los
pensamientos determinan la vida. No podemos pretender amar generosamente
a alguien si nuestros pensamientos no están en sintonía con este amor. Sí
nuestros pensamientos giran en torno a lo que tenemos, y permitidme que hable ahora del dinero, no estamos en el camino correcto.
El dinero lo ensucia todo, y sí es cierto que sin
él no podríamos vivir en el mundo de hoy. Pero
no todo tiene un precio, no todo tiene el valor que el mundo le ha dado.
Hay una acción por excelencia que profana el dinero
haciendo con él algo que va en contra de la ley del dinero, una acción para la
que el dinero no está hecho. Me refiero a la acción de dar. Dar y darse. Poner
el dinero en el lugar que le corresponde en nuestras vidas, que siguen y sirven
a Jesús. Pablo les habla a los Corintios sobre el ejemplo de los Filipenses:
“Queremos, hermanos, que tengáis
información sobre la colecta que por inspiración de Dios ha tenido lugar en las
iglesias de Macedonia. Porque, a pesar de las muchas tribulaciones que han
soportado, su alegría es tanta que han convertido su extrema pobreza en
derroche de generosidad” (2 Cor.
8, 1-2).
Pablo se alegra de la ofrenda de los
Filipenses; no porque él las necesite, como veremos después, sino porque colocar el dinero en su lugar es una decisión
importante en el camino de la santificación. Al dar su dinero, los filipenses le
demuestran a Pablo dónde está su lealtad y fortalecen su compromiso con Dios. Y sobre todo, no nos engañemos, lo que no se entrega se desgasta y estropea. Lo que se sacrifica en el nombre de Dios, él lo bendice.
"No le debáis nada a nadie. La única deuda que debéis tener es la de amarse unos a otros. El que ama a los demás ya ha cumplido con todo lo que la ley exige. Ya es el momento de que vivamos en la luz" (Romanos 13, 8-14).
¿Cómo amar? Generosamente.
El mundo en el que vivimos, nos lo pinten como nos lo pinten, no es generoso,
porque no tiene amor, al menos no este amor. Hace setenta años, para muchos la
culpa de todos los males de Europa era de los judíos; hoy se acusa a los
extranjeros y emigrantes; se levantan muros que ya se habían tirado abajo y se
abren fronteras que estaban extinguidas. La cultura de la gracia debe ser la
que pongamos en práctica los hijos de Dios. En el evangelio de Mateo, Jesús
insiste en que los hombres verán nuestras
buenas obras y glorificaran a Dios Padre (Mt. 5,16). Y yo me pregunto, ¿por
qué dirigirán sus ojos a Dios cuando vean nuestras buenas obras, en lugar de
honrarnos a nosotros? Estas obras de las que habla Jesús no son obras comunes,
tienen origen sobrenatural y las personas las perciben así. Poseen un aroma que
brota del amor peculiar que caracteriza a Dios y a su reino. Ninguno de
nosotros puede mostrar esta generosidad sino es porque ha recibido y entendido
el amor de Dios.
RESPUESTA
2: LA FORTALEZA
“Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece”. Fil. 4, 13.
Es de
sobra conocido por todos, esta frase de Pablo, pero no pocas veces la sacamos
de contexto y la convertimos en una especie de mantra. Nos la repetimos
para aprobar un examen, o para correr una media maratón, o cuando tenemos que
comer en Navidad en casa de la suegra. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Pobres suegras, la mía es una santa. Pero corremos
el riesgo de darle un sentido que no es del todo correcto. Antes de leer
el versículo 13 debemos atender a lo que Pablo les dice antes a los filipenses
y el motivo por el cual les dice que todo lo puede en Cristo que le fortalece. Pablo les
agradece sus ofrendas.
“En gran manera me gocé en el
Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual
también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. No lo digo porque
tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi
situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo
estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener
abundancia como para padecer necesidad”. Y ahora sí, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Otra versión del texto bíblico
dice “Puedo
salir airoso de toda suerte de pruebas, porque Cristo me da las fuerzas”.
En estos versículos, Pablo de algún
modo está diciéndoles que en última instancia no necesitaba sus ofrendas, y el
versículo 17 dice que él no las pidió. No
está siendo Pablo desagradecido, ni mucho menos.
Cuando vamos a casa de los padres de Sara, lo primero que hace su padre es
ofrecerme algo de beber y algo de picar. Lo tiene por costumbre, es un
gentleman de castilla. Y si ya es un poco tarde, su madre nos ofrece hacernos
algo de cena. En muchas ocasiones no me apetece tomar nada, pero le digo que sí
por mera cortesía. Pero en la mayoría de ocasiones, cuando me ofrece algo le
digo que no simplemente para que él esté tranquilo, para que no vea nuestra
visita como un momento para servirnos sino para estar con ellos y compartir ese
tiempo.
Pablo les está diciendo algo
parecido a los filipenses. No hace falta que me enviéis
estas ofrendas porque no quiero ser una carga para vosotros. Aun así, se
lo agradece. Y les explica el porqué.
- En primer lugar Pablo les demuestra que su trabajo no está motivado por sus ofrendas, y que entonces, tampoco depende de ellas. Pero cuidado, esto no quiere decir que Pablo pensara que ningún trabajo debía estar retribuido. Él entendía que los principales responsables de la alimentación espiritual de una comunidad cristiana debían tener el apoyo económico de la congregación. 1ª Timoteo 5,17-18: Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario. (1 Corintios 9, 3-14 también nos ayuda). Pero él dice que no aceptó ese apoyo para que nadie pudiera decir nada que afectara la proclamación del evangelio.
- En segundo lugar Pablo habla de contentamiento. Versículo 11: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme”. Tal vez sea un término complicado. Escribe a los filipenses inmersos en la cultura griega. Dentro de las corrientes de pensamiento griego estaban los estoicos, quienes utilizaban este término de contentarse, de estar conforme con el sentido de autosuficiencia: no ver la privación material como un desastre, ni la comodidad o el bienestar físico como una señal de éxito. Pablo, a diferencia de los estoicos, lo que dice es que ha aprendido a ser autosuficiente dependiendo de Cristo; no como una actitud que proviene de él, sino del Señor, a través del cual puede enfrentarse a la situación que sea. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
- En tercer lugar Pablo no quiere que los filipenses consideren que su capacidad de soportar las dificultades en las que se encuentra proviene de la ayuda que han supuesto sus ofrendas. Hay cosas que el dinero no puede arreglar. No se trata del valor del dinero, se trata de nuevo del valor de la generosidad. Pequeños gestos de afecto que encierran un gran valor.
Tengo unos amigos, una pareja, que se fueron
a estudiar a los Estados Unidos.
Habían conseguido una beca de estudios y se marcharon con lo justo. Él tenía permiso de estudiante por lo que
no podría trabajar durante su tiempo allí. Pronto, los gastos del pago del alquiler, la comida y demás empezaron a
mermar su pequeña cuenta de ahorros.
Nos contaba que hubo un día que no tenían para comer, y tenían que recibir a unos familiares que venían a visitarles. Ese
mismo día recibieron una transferencia desde
España, no era gran cosa, pero pudieron hacer frente a algunos pagos y comprar lo necesario para recibir a sus
familiares. No fue tan importante la cantidad como el gesto, la generosidad de alguien que les mostró que no estaban
solos.
La
capacidad de Pablo para soportar las dificultades no se encontraba en las
ofrendas de los filipenses; pero el saber que
ellos se acordaban de él seguramente confortó más su corazón. "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece".
El cumplimiento de los propósitos de Dios no depende de
la ayuda humana. Sin embargo, cuando damos
nuestras vidas de forma sacrificada para sus propósitos, para nuestros semejantes, nos beneficiamos
espiritualmente porque confirmamos que Dios está obrando en nosotros para sus
propósitos, fortaleciéndonos.
La
fortaleza de la que habla Pablo no proviene de nuestra cuenta bancaria, ni la
podemos conseguir yendo al gimnasio, ni encontrarla en nuestro puesto de
trabajo.
Salmo 18. “Te amo, Señor,
fortaleza mía. Señor, roca mía y castillo mío, y mi libertador. Dios mío,
fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación”.
Cuando Pablo afirma que
todo lo puede en Cristo que le fortalece está señalando que él depende del
Señor, la base y la fuente de todo. Está convencido de que Cristo le es
suficiente. Este pasaje nos muestra la visión centrada en Cristo que Pablo
tenía de la vida. Pablo convierte aquí lo que en principio es una carta a una
iglesia amiga en otra declaración del Evangelio. Solo a través de la gracia
recibida podemos entender que Cristo nos basta, que es más que suficiente.
Estar en Cristo convierte tanto la escasez como la prosperidad en algo de poca
o ninguna importancia. La perspectiva de Pablo y la que debemos entonces tener
nosotros es la de una vida conformada a la Cruz de Cristo, quien en su gracia
nos ha dado lo que necesitamos y nos capacita, nos fortalece. La dependencia
entendida como una respuesta a la gracia.
RESPUESTA
3: LA FE.
-- Aunque me sé amarrado a la orilla, la sensación de las olas es desconcertante. Aguas llenas de dudas e incertidumbres. Preguntas que levantan con suavidad el bote, pero lo suficiente para que hallar las respuestas sea aún más complicado. Bajarme del bote o seguir en él. ¿Qué debo hacer? Aún no creo que esté listo para caminar sobre el agua; al menos estoy seguro de que no me ahogaré. Tal vez sea bastante con esto. En realidad es poco. Desde luego es más pequeño que un grano de mostaza. Yo solo quiero más fe y no hace más que mandarme olas --
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo
que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Fil. 4,
19.
Una
vez vistas la generosidad, y la dependencia de Cristo quien nos fortalece, como respuestas, como resultados de la gracia que obra en nosotros,
ahora nos enfrentamos al reto de creer, de confiar.
Una de la claves sobre las que
hay que trabajar este aspecto de la fe la vemos en las palabras que Pablo usa.
Dice que Dios suplirá lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria. Conforme a sus riquezas, no de entre sus riquezas. Es un pequeño matiz, pero ya sabéis que la letra pequeña
es importante. Conforme a las infinitas riquezas
de gracia que pertenecen a la Gloria de Dios, la completa provisión de Dios
cubrirá todas sus necesidades. ¿Podemos
creer esto? ¿Qué necesidades entonces cubre Dios?. ¿solo las materiales?. ¿solo las
espirituales? ¿Ninguna de las dos? Si la clave para comprender esto es
ver cómo entiende Pablo la idea de necesidad, ya hemos visto anteriormente que
Pablo les dice a los filipenses que Dios proveerá la
capacidad de enfrentarse a todas las circunstancias a través de aquel que les
da fuerzas. Pero vuelvo a haceros la
pregunta, ¿podemos creer esto? Es cierto que el texto incluye la
posibilidad de que Dios proveerá para las necesidades físicas de sus hijos,
pero ese no es el significado principal del versículo. A veces olvidamos que
muchos cristianos fieles han sufrido enormemente por causa del evangelio, y han
orado fervientemente a Dios para que aliviara su sufrimiento, su necesidad,
pero no ha ocurrido así. Y nos preguntamos,
¿Por qué? Si creemos en un Dios que tiene poder y la voluntad de suplir
cualquiera de nuestras necesidades, porqué. Si
tomamos el ejemplo de Pablo o del mismo Jesús se hace evidente que en
ocasiones, obedecer la voluntad de Dios significa el dolor físico, la
necesidad.
David y Sara, se casaron en 2011 y antes de que acabara el año marcharon a
Australia para recibir una formación específica. Estaban convencidos de que
Dios les pedía formarse e invertir su tiempo y sus vidas en la proclamación del
evangelio en España. No fue fácil, pasaron muchas dificultades económicas pero
consiguieron acabar su periodo de estudios; viajando posteriormente a Buenos
Aires. Volvieron a España con la idea en mente de formar una iglesia con un
carácter de servicio y con un propósito claro sobre el evangelismo. Ese mismo
año, a Sara le diagnosticaron un linfoma. Un linfoma extremadamente agresivo
que casi le arrebata la vida. Durante meses estuvieron en la incertidumbre de
si Dios se llevaría a Sara ante su presencia. Habían invertido tanto tiempo,
esfuerzo y dinero en aquel plan porque estaban convencidos de que era el plan
de Dios. David escribía esto en noviembre del 2016:
Nosotros
decidimos creer. Creer en sus promesas,
creer en quien Él es, en el poder de su glorioso
nombre, en la fidelidad de su obra restauradora, creer en la constancia eterna de su fidelidad. Creemos en el
nombre de Jesús, creemos en su palabra y en la vida que esta da. Creemos con la confianza de que en verdad sucederá
lo que esperamos. Cuando siento
miedo, pongo en ti mi confianza.
Un
año después Sara presentaba evidentes síntomas de mejoría. Hoy, Sara está disfrutando
de la presencia de Jesús.
Ellos decidieron vivir como unos
locos a causa del evangelio y decidieron creer hasta el día en el que graduemos
a la eternidad. Y entonces nuestra pregunta de nuevo: ¿Por qué? Que el tamaño de nuestra fe no sea el límite para que Dios se
mueva en nuestras vidas.
Todo cristiano, así es como Pablo
lo enseña, ha contemplado la gloria de Dios en el
rostro de Cristo Jesús (Fil. 2, 6-11; kénosis, el vaciamiento de Cristo quien
se despojó de su grandeza y asumió la condición de siervo), siendo Cristo la forma en que Dios ha dado a conocer su amor
a todas sus criaturas. Creemos en Jesús quien se entregó por nosotros
para no solamente darnos vida eterna sino para que mientras vivamos en este
cuerpo imperfecto vivamos creyendo en él, conforme a la esperanza que hemos
puesto en él.
La fe no es como la
lámpara mágica, porque Dios no es así tampoco. Pablo se cuida ´muy mucho´ de
hacerles creer esto a los filipenses. “Es, pues, la fe la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve”, como diría el autor de la carta a
los Hebreos. Es la garantía de las cosas que esperamos. Jesús es el garante de
nuestra fe, la certeza de las realidades que no vemos. Esta fe nace solo del
corazón desahuciado humanamente que mira, a veces tímidamente, otras firme y
confiadamente al rostro de Cristo y dice en ti está mi confianza (Salmo 143,
8), en ti está la vida (Salmos 36, 9), porque tú eres la vida (Juan 14,6).
Hemos recibido de GRACIA,
debemos dar de gracia. No midiendo cuanto damos, sino CON GENEROSIDAD.
Practicar una vida extro-vertida, vertida hacia fuera, una vida que se vacía
pero que no queda vaciada, Porque “más bienaventurado es dar que recibir”
(Hechos 20,35). Y Dios corresponde en amor a quien amando generosamente
responde a su llamado, FORTALECIÉNDONOS en cada circunstancia cuando somos
capaces de depender única y exclusivamente de él, porque él es más que
suficiente. Confiemos plenamente entonces en que él nos ama, y respondamos en
FE ante su amor.
¿Queremos
ser transformados por esta gracia, por este amor? En un tiempo en el que
todo es relativo, Jesús dice que es la verdad. La única verdad capaz de
transformarnos y hacernos mirar al otro con los ojos de Cristo, Una verdad que nos conmueve, transforma nuestro corazón y
porque no también nuestra cartera, y nos mueve a tomar decisiones que nos
impulsan a cambiar. El amor de Dios expresado en la persona de Jesús nos
transforma, nos conmueve, nos impulsa; nos hace responder ante él mirando a
nuestros semejantes con generosidad.
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