La Mariposa y el Dragón. Un cuento sin final.

Hay historias que deben ser contadas para que, de alguna manera, permanezcan en la memoria de todos, sean guardadas en nuestros corazones y enseñadas después a los hijos, y a los nietos. Tal vez esta sea una de esas historias. 

Estaba cerca el final del invierno. La Luz ya calentaba y empezaba a sentirse el aroma de un nuevo comienzo, por lo que la partida de la tierra de Náhuati parecía acercarse; abandonar de nuevo la colonia para adentrarse en una nueva aventura. Tal vez hacia el norte, pasando por los territorios fronterizos y el Gran Cañón, o hacia el este, atravesando el Mar Joven en busca de la tierra desde la que sale el Gran Astro. 

Lo cierto es que para la protagonista de nuestra historia ese viaje se le antojaba infructuoso. Sí, es verdad que en su naturaleza, como si estuviera destinado de alguna manera a ser así, debería abandonar la tierra de Náhuati y buscar un asentamiento donde poder prosperar. Pero ella no era como las demás. Soñaba con volar hacia el oeste a donde muy pocos antes se habían atrevido a ir en busca de la Abundante Orilla. Había oído historias de cómo algunos intentaron llegar hasta allí, leyendas, casi imposibles de repetir. Los peligros que acechaban no eran pocos y sabía que iba a necesitar un viento favorable para elevarse por encima de las Montañas Anunciadoras y lograr alcanzar el Valle de Nebo. Allí, como contaba la leyenda, sobre el Cristalino Lago se refleja la silueta del Dragón, sobrevolando los verdes bosques primaverales. Para la pequeñez de nuestra protagonista...¡ah! perdón, se me olvidaba decir que ella, nuestra protagonista, es la Mariposa Danau, princesa del bosque del Besós. Por dónde iba, sí, su tamaño. Dado el tamaño de Danau y de todos los suyos, pensar en aquel Dragón, vaya, le daban ganas de volver a hacerse oruga.

Hacía ya tiempo que a aquel reino se había acercado un intrépido visitante venido desde el Cauce, unas tierras centrales ocupadas siglos antes por los Pobladores del Desierto. Se llamaba Esper, era algo más pequeño que todos los de su mismo origen, pero ya había hecho grandes viajes antes y tampoco necesitaba él demasiado para sumarse a una nueva aventura. Él había alimentado el espíritu aventurero de Danau, pero cuando ésta le contó su intención de partir hacia el oeste, en un primer momento se llenó de temor. Aun no era el tiempo para que ninguno de entre los suyos partieran, y sabía que para los de Besós también sería difícil entender algo así. Sin embargo, algo había en su diminuto interior que no podía comprender pero que le hacía pensar que aquel podría ser el viaje más increíble de su vida. Estaba dispuesto a arriesgarse para acompañar a Danau hacia el oeste y descubrir si las leyendas eran ciertas: alcanzar el Valle de Nebo, descender por los bosques primaverales hasta el cristalino lago y alcanzar la Abundante Orilla, desde donde se ven los Almendros Blancos que brotan incesantemente bañados por la suave lluvia que desciende cada día. Pero no podía olvidar que la sombra del Dragón, tan enorme que cubre el cielo, se refleja sobre la faz del agua del lago, y que al compás de sus alas, los Almendros Blancos dejan caer sus frutos. No sería un viaje fácil, pero Esper descubriría pronto el plan de Danau, le confesaría algo de vital importancia. 

Meses antes, cuando todavía apretaba el gélido clima, llegaron noticias a los suyos sobre La Tierra de las Mil Islas. Se decía que algunos de sus habitantes habían logrado levantar el vuelo y cruzar el Viejo Mar, dejar atrás el Pico Helado y adentrarse en las cálidas campiñas que baña el Tegeo. ¿Cómo pudieron hacerlo?, se preguntaba Danau. El Viento del Oeste había soplado sin previo aviso y sirvió de cabalgadura para que aquellos llegaran a su destino con bien. Eso sucedió antes del cambio de estación por lo que, si El Viento seguía su curso normal, estaría a punto de soplar sobre ellos.

Danau le explicó esto mismo a Esper. - ¿Esperas que nos subamos encima de El Viento para que nos lleve hasta allí?- replicó Esper, - ¿Acaso te has vuelto loca? Tenían que levantarse por encima de las Montañas Anunciadoras, cosa difícil para cualquier viento que siempre se topaba con la cara sombría de la montaña. -, -afirmó Danau-, El Viento nos llevará por encima de las Montañas y nos dejará en el Valle. El riesgo era máximo. Sus pequeñas alas podían no soportar la fuerza de El Viento y caer en medio de la oscuridad de este lado de las Montañas, y sin alas, estarían abocados a arrastrar su cuerpo por la tierra esperando a que la Desesperanza les alcanzara. - Ya has oído lo que dicen de El Viento. Es tan fuerte que puede deshacernos sino somos capaces de dejarnos llevar. Tal vez nuestras alas no sean lo suficientemente firmes, -añadió Esper intentando no desalentar demasiado a su compañera-. Danau sabía que él tenía razón, pero confiaba plenamente en que serían capaces de navegar sobre El Viento y que una vez en él, este soplaría apaciblemente para no hacerles caer. Tras largas horas de debate, se añadió un profundo silencio que Esper rompió diciendo: - Iré contigo. Pero con una condición, -añadió-, tú mirarás sobre la faz del lago y esperaras a ver la sombra del Dragón. - ¡No se hable más!, -dijo rotundamente Danau intentando esconder su miedo sobre la idea del Dragón- , mañana subiremos sobre el árbol más alto y esperaremos a que sople El Viento. - Y, ¿Cómo sabremos que El Viento ha llegado para subirnos en él?, -preguntó Esper-. -No sé si lo sabremos, -le contestó Danau-, pues él sopla de donde quiere y aunque no sepamos de dónde viene y a dónde va sí oiremos su sonido. Tendremos que hacernos parte de El Viento para subirnos a él y dejarnos guiar por encima de las Montañas Anunciadoras. Te aconsejo que descanses, -dijo Danau, acompañando sus palabras con una mirada cariñosa-, mañana puede ser un día muy largo.

Esper cerró sus ojos y soñó. Soñó que subían al árbol más alto y, esperando a que El Viento llegara, sus alas empezaron a congelarse. Sintió temor pues pensó que no solamente no serían capaces de navegar sobre él sino que tal vez sus alas ya no sirvieran para volar nunca más. Miraba a Danau esperando encontrar en ella un gesto similar que diera respuesta a su temor, pero en ella había una expresión de felicidad nunca antes vista por ninguno de entre su especie. Ella brillaba esperando El Viento, y sus alas, aunque rígidas por el frío como las de Esper, brillaban de manera especial. Apenas unos pocos rayos de luz de la mañana que entraban entre las ramas y las hojas del árbol hacían destellos sobre las alas de Danau. Aquello era Fe, sin duda, brillaba como si lo fuera. Ahora, sin previo aviso, oyeron el soplar de El Viento, y casi sin poder hacer nada antes, los llevó con él, arrancándolos de aquel árbol. Fueron zarandeados unos instantes, segundos que parecieron hacerse eternos, pero pronto sintieron como apaciblemente El Viento permitía que pudieran enderezarse. 

Ya veían las Montañas Anunciadoras, las que esperaban superar montados sobre aquel soplido. Parecía increíble estar a esa altura y no sentir vértigo. Esper miró a Danau, a su lado, adelantándole, agitando las alas cada vez más rápido y le dijo: - Espera, deja que El Viento lo haga por ti-. No sabía cómo ni porqué había dicho eso. Tal vez la duda de no poder superar lo alto de la Montaña había embargado a Danau cuando, sin darse cuenta, ya estaban en el Valle. El Viento cada vez era más suave y empezaron a mover sus alas intentando dirigirse hasta el final de los bosques primaverales donde comenzaba el lago. Desde lo alto no podían vislumbrar apenas lo que había debajo de ellos, y mucho menos la otra orilla; la bruma y las nubes lo tapaban todo. El Viento cesó y descansaron sobre la orilla. No era el lado del lago en el que esperaban estar. Se dieron media vuelta y contemplaron los Almendros Blancos. Estaban en la Abundante Orilla, ¿cómo es posible? Habían cruzado el Cristalino Lago por encima de las nubes navegando sobre El Viento y se encontraban frente a la Primavera Interminable que era festejada por aquellos almendros, miles y miles, que casi parecían subirse unos encima de otros a lo largo de todo el Valle. Cuando Esper quiso darse cuenta, Danau se acercaba a la orilla. -Ya no hace falta que mires en el espejo del lago, -dijo Esper a Danau-, estamos en la Abundante Orilla. Ella le volvió la mirada cariñosa, justo como la noche en que le dijo que se fuera a descansar y dijo: - Miraré, esperando a que la sombra del Dragón no aparezca. Danau se acercó al margen del lago. Sentía sus alas torpes, normal después de ser expuestas y manejadas por El Viento. Ahora, frente al lago, solo quedaba mirar el reflejo del cielo y descubrir si el Dragón volaba sobre ellos. Esper se acercó hasta donde estaba ella, y dijo: - Miraremos juntos.

Esper despertó de su sueño. Aun era de noche, la noche de la Angustia y la Duda. Pero mañana el Gran Astro anunciaría una nueva oportunidad de creer que El Viento les llevaría hasta la Abundante Orilla.

Este es un cuento sin final, porque los finales siempre son amargos. 

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