Vamos subiendo la cuesta que arriba, mi calle, se vistió de fiesta.

Ya veis, nunca le disteis muchas vueltas, al menos no más de las necesarias. Ya veis, hay piedras que duran cuarenta años y mantienen su vivo color rojo. Cuarenta años, ya veis. Quién iba a decirlo, pareció solo un suspiro. Y es verdad que los años han pasado y que muchos han sido los pasos andados y a veces ha sido necesario volver la vista atrás para ver lo que fuisteis y lo que sois. Aprender es cambiar.

El tiempo te cambia, las circunstancias, como pasa con el buen vino que se conserva durante años para tener un mejor poso, más enjundia y hasta mejor sabor. Aprender es saborear. Y aunque a veces hubo toques amargos, supisteis apartar la "deprimencia" para no ser de esos de colmillo retorcido y poder morderle bien fuerte al tiempo y sacarle ese puro tuétano de vida. Por que si no se aprieta bien, se escapa, como el agua entre los dedos de las manos y te das cuenta cuando sientes los pies mojados.  

Habéis recorrido medio mundo para conocer lo que hay bajo el cielo hecho de Su mano, aprovechando cada oportunidad de salir del quinto piso y bajar a la arena donde muchos no han querido ni acercarse. Allí siempre ha habido leonés que se comían a los nuestros y no os ha importado mancharnos de polvo y sangre. Eso no se aprende, no se saborea, o se lleva o no se lleva. Ahora a veces me pregunto quién hizo de mí lo que soy, y sin duda que mi primera respuesta la encuentro en la mano creadora de nuestro buen Señor; pero vosotros dos habéis sido su voluntad obrando en mí, en nosotros tres.

 El otro día organizaba algunos discos de música: Los Secretos, Nacha Pop, Serrat, Mike Oldfield, melodías que escuché por primera vez (y centenares después) en el coche, grabadas sobre una cinta de vete tú a saber quién. Sigo recordando algunas canciones que relaciono con el asiento trasero de nuestro "jetta" o el Peugeot blanco. Aquello sí que era música, ¿eh? Aunque creo que yo os he abierto un abanico de canciones muy amplio en estos últimos años en los que yo llevaba el volante, al menos el del coche. No voy a meterme en ningún jardín, que ya sabemos que algunos tienen enanitos, pero no puedo dejar de decir que sois los mejores padres que Dios pudo darme. Creo que hay forma en la que pueda agradecéroslo, y menos mal que no sois como el dueño del bar al que iba Rosita, porque si no: a pagar, a pagar.

Y es que cuarenta años dan para mucho, bueno y malo, pero siempre de la mano. Hasta aquí os ha ayudado el Señor y porqué no iba a hacerlo hasta el final. Y como dice aquella canción, vamos subiendo la cuesta que arriba, mi calle, se vistió de fiesta. Os quiero.

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